Vamos a ejercitar el cerebro con un sano ejercicio de cálculo. Para ello, primero vamos a recopilar los datos necesarios. Una sencilla búsqueda en Google nos reporta lo siguiente:
«Cerca de», «más de»… un estadístico diría que «en promedio» serían 500000 personas. De acuerdo, ya tenemos un dato. Ahora acudimos al Manifestómetro, donde cinco samaritanos sufridores se dedican a patrullar las manifestaciones y recoger datos tan interesantes como el área que abarcan. De esta concretamente, nos indican que ocupaba unos 12400 m2 (ver la foto del satélite en el enlace anterior).
Por lo tanto, tras una sencilla operación que dejaré para la curiosidad del avezado lector, obtenemos que en la manifestación contra la reforma de la ley del aborto había (sin contar árboles, bancos, buzones, farolas, señales, semáforos, pancartas y municipales) un total de… 40,32 personas en cada metro cuadrado.
El astrónomo danés Ole Christensen Rømer, ayudante de Giovanni Doménico Cassini, fue el primero de la historia en hallar indicios de que la velocidad de la luz es un valor finito, aunque lo hizo, como tantas otras veces, tratando un asunto que en principio no tenía nada que ver.
Y es que hace quinientos años, hallar la latitud a la que se encontraba un barco era sencillo, pero la longitud planteaba una dificultad seria, ya que requería relojes muy precisos. Galileo trató de resolver este problema utilizando la posición de las lunas de Júpiter, que se movían con regularidad como un gran reloj cósmico. Sin embargo, este método no era lo suficientemente preciso, y Cassini y Rømer también lo estudiaron tratando de perfeccionarlo. Finalmente, en 1676 y tras años de cuidadosas medidas, Rømer postuló que esos desajustes se debían al espacio extra que la luz debía recorrer cuando la Tierra se encontraba más lejos de Júpiter.
A los que hayáis reconocido el título de esta entrada os encantará el siguiente vídeo: se trata del mítico (y eterno) Monkey Island de LucasArts resumido en cinco minutillos.
La actual campaña de la Conferencia Episcopal contra los linces y las mujeres que abortan pone de relieve el patético deterioro de la formación intelectual del clero, que si bien nunca ha sobresalido por su nivel científico, al menos en el pasado era capaz de distinguir el ser en potencia del ser en acto. ¿Dónde quedó la teología escolástica del siglo XIII, que incorporó esas nociones aristotélicas? ¿Qué fue de la sutileza de los cardenales renacentistas?
Hoy hablaremos de Franz Liszt, pianista y compositor húngaro del Romanticismo (aunque, debido a su longevidad, vivió 75 años, muchas de sus últimas obras son más bien postrománticas), conocido principalmente por las dos facetas que le otorgan un papel destacable en la historia de la música: en primer lugar, como gran virtuoso de su instrumento, fue el inventor del recital de piano solista tal y como lo conocemos. Tanto él como Paganini, fueron los primeros intérpretes-divos del piano y el violín respectivamente (los instrumentos protagonistas del Romanticismo por excelencia, basta con escuchar a Chopin), que realizaron giras internacionales y llenaron grandes auditorios para exhibir su increíble habilidad. Las primeras obras de Liszt denotan esta faceta virtuosística, de lucimiento y muchos critican su música en este sentido. ¿Hasta qué punto el pianista que Liszt representa es un músico y hasta cuál un mono de feria? Evidentemente, esta crítica no es aplicable a todas sus obras, pero personalmente pienso que muchas adolecen de cierta superficialidad, cierto artificio innecesario y efectista.
La segunda faceta más destacable de Liszt llegó con su madurez. En 1847 aceptó el puesto de director musical del Duque de Weimar. Con una orquesta a su cargo, sus nuevas composiciones se dirigieron cada vez más hacia este nuevo y multitudinario instrumento. A esta época debemos la invención del poema sinfónico, una forma musical programática (con un programa, un hilo «argumental» extramusical) para orquesta. A partir de este punto, su lenguaje musical va evolucionando, alejándose cada vez más de la tonalidad y adentrándose en el Postromanticismo.
La obra que hoy os presentamos se corresponde con su primera etapa, fue compuesta en torno a 1838 (Liszt tenía 27 años) y revisada y publicada de nuevo en 1851. Es una pieza virtuosa, perteneciente a un ciclo de 6 estudios basados en distintos temas musicales de Niccolo Paganini, otro gran prestidigitador, solo que del violín, a quien Liszt admiraba. La Campanella está basada en el movimiento final de su segundo concierto para violín en si menor. El pianista del vídeo es Yevgeni Kissin, capaz de afrontar sin problemas y sudando lo justo, la dificultad extrema que presentan estos estudios. ¡Espero que lo disfrutéis!