Circunscripción nacional ya

Ya hablamos en su día de los problemas que plantea la actual ley electoral. La representación de los distintos partidos en el Congreso de los Diputados no se corresponde con la proporción de votos obtenidos, dando lugar a casos escandalosos como el de Izquierda Unida con un millón de votantes y apenas 2 escaños, (7 veces menos de la representación que debería tener si el reparto fuera proporcional: 14 escaños). Para paliar este problema, el PSOE prometió que revisaría la ley electoral y que propondría alternativas. La presentada recientemente por el Consejo de Estado (órgano consultivo del Gobierno), según leo en Público.es, consiste básicamente en:

  1. Aumentar en 50 el número de escaños del Congreso de los Diputados, hasta 400.
  2. Cambiar el sistema D’Hont por el método Hare, más proporcional.
  3. Reducir el mínimo de escaños por provincia de 2 a 1.

Lo que viene a ser seguir mareando la perdiz, sin hallar una solución definitiva. Me explico, que diría un amigo:

  1. En efecto, aumentando el número de escaños, aumenta la proporcionalidad (UPD llega a proponer un Congreso de 500 diputados). Y si el Congreso de los Diputados tuviese 45 millones de escaños, la representación sería tremendamente proporcional. Pero, ¿son realmente necesarios? En primer lugar, la solución es totalmente parcial, pues no va a la raíz del problema: no consigue compensar los «restos», los votos que no llegan a completar un escaño en cada provincia pero que sumados a los de las demás, le darían hasta 15 escaños a IU. Según la prensa, con estos 400 escaños, IU tendría hoy 9 diputados que siguen siendo prácticamente la mitad de los que debería tener. Pero si en las próximas elecciones sus votantes se distribuyesen de distinta manera, la desproporción podría ser aún mayor. En segundo lugar, un mayor número de diputados (un amento del 14%, ni más ni menos) requeriría un aumento del gasto público ¡y en plena crisis! Por último, más escaños no implicarían una representación más fiel o variada de la sociedad española. A fin de cuentas, en cada partido rige la disciplina de voto: los 169 diputados del PSOE opinan como uno y lo mismo pasa con los 153 del PP o los 11 de CIU. ¿Para qué queremos más voces que no aporten nada al debate? Sobre todo teniendo en cuenta lo mucho que ya aportan los actuales 350 diputados a la actividad del Congreso. Casi bastaría un diputado por fuerza política cuya opinión pesase tanto como su número de votantes… pero de momento me conformaría con no aumentar los ya redundantes 350.
  2. Nada que objetar. Ya era hora.
  3. Es menos malo que lo que hay ahora, desde luego. Medio aceptable por el momento, hasta que en Soria o Ceuta se queden sin habitantes y los cuatro gatos que voten allí tengan un diputado para ellos solos.

Pero lo absurdo es intentar cambiar la ley electoral sin cambiar aquello que la hace ineficaz, esto es: queriendo mantener la circunscripción provincial de la asignación de escaños (en la prensa no mencionan este punto de forma explícita, pero nada me hace pensar lo contrario). ¿Tiene algún sentido a día de hoy este empeño? Puede que sea importante que cada provincia tenga cierta representación para que sus problemas puedan ser oídos también en el gobierno central, pero si el Congreso asume esta tarea, ¿para qué tenemos una cámara de representación territorial como es el Senado? Y, por otra parte, ¿tan importante es que todas las provincias tengan una representación específica (esto es, que los riojanos sean representados como «riojanos» antes que como votantes del PSOE, PP etc.), en el Congreso? ¿Realmente debe tener tanto peso el origen de cada voto en la política nacional? Entonces, ¿para qué queremos los gobiernos autonómicos, regionales, locales y toda la horda de políticos que supuestamente ya se encargan de los problemas específicos de cada región? ¿No debería consistir precisamente en eso una política menos centralizada; en que cada uno se encargue de lo suyo?

O bien convertimos el Congreso en una Cámara de representación realmente nacional, elegida por los españoles en su conjunto (esto es, en una votación de circunscripción nacional) dándole si acaso más poder al Senado, o ambas cámaras se solapan y más valdría eliminar esta última. Mientras tanto, podemos seguir mareando la perdiz y poniéndole parches a una ley electoral injusta y poco representativa. Mientras tanto, como dice Juan Carlos Rodríguez Ibarra:

El Congreso es el Senado y el Senado es nada.

Originalidad

El secreto de la creatividad consiste en saber ocultar tus fuentes.

(Albert Einstein, físico alemán)

Vuelve el romanticismo

pilila

(Palomitas y Maíz, me encanta su blog)

Sagradas interpretaciones

No deja de repetirse que la sagrada Escritura es la palabra de Dios, que ella nos enseña la verdadera beatitud y la vía de la salvación, pero en el fondo estamos muy alejados de pensar seriamente de este modo, y no hay nada en lo que piense menos el vulgo que en conformar su vida según las enseñanzas de la sagrada Escritura. Aquello que se nos presenta como la palabra de Dios son la mayoría de las veces absurdas quimeras, y bajo el falso pretexto del celo religioso, no se pretende sino imponer a los demás los propios sentimientos. Sí, lo repito, el gran propósito de los teólogos ha sido desde siempre extraer de los libros sagrados la confirmación de sus ensoñaciones y sus sistemas, a fin de envolverlos en la autoridad de Dios. En su interpretación del pensamiento de la Escritura, es decir, del Espíritu Santo, nada hay que les incite el menor escrúpulo o que pueda detener su temeridad. Si algo temen, no es atribuir algún error al Espíritu Santo ni apartarse de la vía de la salvación, sino únicamente que sus rivales les convenzan de su error, viendo así debilitada y despreciada la autoridad de sus palabras…

(Baruch Spinoza, filósofo holandés en su Tratado teológico-político, 1670)

Mentira cochina

Dice Nietzsche que toda palabra implica una mentira. Que el lenguaje no es posible a no ser que olvidemos las diferencias entre lo que no es igual y desvirtuemos los hechos para encerrarlos en conceptos: abstractos, antropomórficos, artificiales… La postmodernidad ha llegado incluso a negar la existencia de la realidad más allá de sus múltiples interpretaciones, volviendo difuso e indescrifrable el límite entre la verdad y la mentira. La certeza de un hecho no es más que eso, una verdad relativamente interpretada y por lo mismo, incierta.

Sin embargo, opino que esta postura es muy efectista y hasta útil para ligar en los bares, pero no creo que plantee dudas verdaderamente profundas o interesantes: en primer lugar, nadie vive conforme a la idea de que la realidad que percibe no exista más allá de sus sentidos. La hipótesis de un Matrix que nos engaña a todos por igual o parecido (si es que los demás existís, claro), es tan retorcida como innecesaria. Por otra parte, si bien es cierto que toda percepción implica cierta distorsión, también lo es que disponemos de diferentes herramientas y puntos de vista para comparar, contrastar y reconstruir lo percibido, pudiendo llegar a estimar incluso el grado de «distorsión» de nuestras percepciones. La verdad y la realidad existen y existen métodos rigurosos para averiguarlas, si estamos interesados en hacerlo.

Este domingo las calles de Madrid fueron recorridas por 24ooo manifestantes antiabortistas aproximadamente. Como ellos hablan de 500000 (20 veces más) y contar mentiras es pecado, doy por hecho que todos debían ser postmodernistas…