La belleza clásica que nunca fue

Durante mi último viaje a Filipinas, uno de los aspectos que más me llamaron la atención fue el gusto generalizado por los tonos chillones. Allá donde miraba, la paleta de color variaba del rosa chicle al verde limón, sin un solo rincón donde descansar los ojos. Esto resultaba especialmente desconcertantes en la arquitectura: desde iglesias a ayuntamientos, colegios o viviendas particulres, todo en Cebú parecía estar cubierto del mismo filtro fosforito. Añádasele un poco bastante suciedad y ruido, mucho ruido y digamos que el resultado era cualquier cosa… menos «bonito».

El caso es que revisando hoy algunas de las fotos del viaje, me encontré con esta llamativa (a gritos, de hecho) imagen de una iglesia de Minglanilla. Por si alguno duda del contexto, aclararé que se trata de una figura de culto de verdad. De dos metros de altura. En la fachada de una iglesia, rosa —o, más bien, ¡ROSAAA!. La figura me recordó, en primer lugar, al imprescindible Cristoboli. En segundo lugar, a otra escultura, esta vez europea, aunque quizás no tan conocida en su versión original:

Y es que, a pesar del imaginario popular, las esculturas clásicas no eran blancas. Estaban policromadas y de manera bastante chillona, a juzgar por las últimas reconstrucciones.

Continúa leyendo mi última aportación al Cuaderno de Cultura Científica.

Augustus of Prima Porta y reconstrucción a color por Paolo Liverani, Universidad de Florencia.
Augustus of Prima Porta y reconstrucción a color por Paolo Liverani, Universidad de Florencia.

Impostores, una novela de Lucas Sánchez

Me gustaría presentaros Impostores, la primera novela de nuestro amigo Lucas Sánchez (@Sonicando en Twitter y en su blog), bioquímico (prontito ya doctor) e investigador del Centro Nacional de Biotecnología, divulgador, guitarrista… y ahora también escritor. Todo un hombre del Renacimiento, vamos. ;-)

Hay dos tipos de personas: las que disfrutan contando historias y las que disfrutan escuchándolas. Lucas es de las primeras, de esas personas que empiezan a hablar y no paran. Lucas es uno de esos contadores de historias que, con la compañía de una cerveza ante la barra de un bar, es capaz de dejarte encandilado con cualquier relato (incluso aunque vaya de calamares… mejor no preguntéis).

Hace ya más de dos años, Lucas se dio cuenta de que no solo le gustaba contar historias, sino que además tenía su gracia escribirlas, plasmarlas en un papel. En un día a día repleto de Realidad™, esta actividad, junto con la música, se convirtió en su conexión con la ficción favorita. Así es como se fue fraguando Impostores.

Proyecto, aventura, novela. Así la describe él mismo en el blog dedicado a ella. Novela fue desde el principio, desde que la concibió como tal, desde que se armó de valor y decidió someterla al juicio de una editorial: la editorial Mondadori. Recibió un no por respuesta, pero un gran piropo como contrapartida:

En otro apartado llamado “sensación epidérmica” decía que la misma era la de “la de encontrarse frente a un escritor. Joven, seguramente y que podrá mejorar aun más ¡pero un verdadero escritor!”

Ahí fue cuando se convirtió en proyecto y en aventura, cuando optó por la autoedición.

Impostores es una novela independiente. Una novela sin editorial. Sin más dueño que su autor y sin más derechos que el de ser leída.

Puedes disfrutar de Impostores online y, si te engancha, quizás quieras colaborar en el proyecto de crowdfunding y comprar tu copia digital o en papel (cuando escribo estas líneas, ya hemos llegado al 19 %, ¡y todavía quedan 44 días!). Merece la pena demostrar que otras formas de hacer y distribuir cultura son posibles.

Nosotros ya somos impostores. ¿Y tú?

Bonus: buscadme en los créditos. ;-)

Malos tiempos para la propaganda (#prostituit)

No es ninguna noticia que la publicidad, tal y como la conocemos, está de capa caída. La televisión cada vez tiene menos audiencia y cada vez más fragmentada, la gente ya no compra periódicos, la radio ya era hace años para los románticos. A los receptores de todos estos mensajes, en general, les ha dado por girar sus cabecitas hacia Internet. Y eso significa que los publicistas viven actualmente en un periodo de cambio repentino que no sólo atañe a los formatos sobre los que solían trabajar, sino también a cómo la gente se relaciona y recibe esos mensajes. La gente ya no se rinde (o se rinde menos) a la voz anónima y unilateral del televisor dedicada a susurrarle las bondades de Contrín. Cada internauta recibe ahora la información, preferentemente, a través de las redes sociales, de las recomendaciones de sus conocidos, lo más retweeteado o facebookeado: ese es el nuevo medio.

Pero el nuevo medio tiene un grave problema y es que, en principio*, no se puede comprar: es un medio que «se gana». En principio, nadie va a compartir una información que no le interese, nadie va a dedicarse a enviar gratuitamente spam. En este nuevo medio, el espectador es quien decide el alcance de una campaña, la popularidad de un proyecto y, por ello, los publicistas se ven obligados a generar, cada vez más, contenidos: cosas interesantes «per sé», más allá de la mentira sobre el producto de turno. Desde este punto de vista, quizás los publicistas se estén convirtiendo en creadores puros bajo el mecenazgo de ciertas marcas, quién sabe. Esto no les quitaría el papel de «servidores que le limpian la cara al Demonio Capitalista», pero haría su profesión aún más atractiva de lo que ya es. Y a fin de cuentas, quién no está en este sistema al servicio de ese Demonio.

Pero volvamos de las ramas al asterisco: en principio*, la notoriedad en las redes sociales «se gana» con la simpatía o el interés de aquellos que reciben un mensaje. A no ser, claro, que esos receptores sean tan poco escrupulosos como para aceptar que otro les vomite su propaganda a través de la garganta. Y aquí es donde el PP está de suerte, porque al parecer tiene seguidores con criterios de higiene bucal realmente laxos. El equipo de comunicación del Partido Popular ya no tiene que preocuparse por transmitir buenas ideas, por redactarlas de forma atractiva o por generar, en fin, contenidos. Gracias a una campaña apodada cariñosamente en twitter como #prostituit, miles de usuarios de twitter y Facebook cederán amablemente sus bocas y sus identidades para vomitar, sin filtros, la propaganda que elija el Partido. Con dos consecuencias inmediatas: por un lado, el ficticio emisor del mensaje (el usuario que cede sus cuentas) no tiene ningún control sobre aquello que supuestamente está diciendo. Por otro, el receptor no tiene forma de identificar al verdadero emisor (que no es el muñeco sino su ventrílocuo), a saber: el Partido. Y todo ello, con la ventaja añadida de que el receptor no activará los mecanismos de filtrado habituales que utiliza ante lo que identifica como «propaganda» (sobre todo teniendo en cuenta que no mucha gente está al tanto de toda esta campaña).

Pero más allá del fraude que esto supone y la indudable publicidad engañosa, lo que más me sorprende es la elección de aquellos que ceden voluntariamente sus cuentas. Suele decirse que la derecha no vota, «ficha». Pero más allá de la suspensión del juicio crítico, de la adhesión incondicional a un mensaje… me sorprende el menosprecio por la propia identidad, la despreocupación con que se plantea una campaña semejante. Ya existen mecanimos para que los afiliados a una organización difundan sus mensajes: retwittear, compartir en FB. En estos casos, no existe confusión porque el verdadero emisor puede encontrarse siempre al final de la cadena de ecos. Pero #prostituit va un paso más allá. Es la despreocupación de quien no cree tener que responder por lo que dice, de aquel a quien le preocupan tan poco sus palabras, que le presta su boca a otro para que las pronuncie. Es una irresponsabilidad (además de una cochinada).