Durante mi último viaje a Filipinas, uno de los aspectos que más me llamaron la atención fue el gusto generalizado por los tonos chillones. Allá donde miraba, la paleta de color variaba del rosa chicle al verde limón, sin un solo rincón donde descansar los ojos. Esto resultaba especialmente desconcertantes en la arquitectura: desde iglesias a ayuntamientos, colegios o viviendas particulres, todo en Cebú parecía estar cubierto del mismo filtro fosforito. Añádasele
un pocobastante suciedad y ruido, mucho ruido y digamos que el resultado era cualquier cosa… menos «bonito».El caso es que revisando hoy algunas de las fotos del viaje, me encontré con esta llamativa (a gritos, de hecho) imagen de una iglesia de Minglanilla. Por si alguno duda del contexto, aclararé que se trata de una figura de culto de verdad. De dos metros de altura. En la fachada de una iglesia, rosa —o, más bien, ¡ROSAAA!. La figura me recordó, en primer lugar, al imprescindible Cristoboli. En segundo lugar, a otra escultura, esta vez europea, aunque quizás no tan conocida en su versión original:
Y es que, a pesar del imaginario popular, las esculturas clásicas no eran blancas. Estaban policromadas y de manera bastante chillona, a juzgar por las últimas reconstrucciones.
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