Muchos críticos de hoy han pasado de la premisa de que una obra maestra puede ser impopular, a la premisa de que si no es impopular no puede ser una obra maestra.
(Gilbert Keith Chesterton, escritor británico de comienzos del siglo XX)
Muchos críticos de hoy han pasado de la premisa de que una obra maestra puede ser impopular, a la premisa de que si no es impopular no puede ser una obra maestra.
(Gilbert Keith Chesterton, escritor británico de comienzos del siglo XX)
No seré yo quien diga que lo del PP y el PSOE en Euskadi es una perversión, ni soltaré burradas como las que ya se ha oído soltar por esos lares. Para nada: la coalición es lícita (aunque extraña), e incluso coherente con la idea de que «hace falta un cambio en Euskadi» (idea que tampoco es mía, vaya). Me cuesta entender, eso sí, cómo la postura respecto al nacionalismo (una cuestión cultural, de «identidades», cosas poco tangibles, que «no existen» en realidad), puede llegar a pesar más que las cuestiones referentes a política económica, por ejemplo, o políticas sociales que sí influyen de facto en el nivel de vida de la gente, en su bienestar. Aunque, a estas alturas ¿existe una diferencia significativa entre PP y PSOE en cuestiones económicas o sociales? Quizás deberían pactar también en el gobierno central y así nos quitábamos de líos. En cualquier caso, si un pacto entre PSE y PNV (partido de derechas), parece factible, no veo por qué iba a ser más extraño un pacto PSE-PP.
Ahora bien, hay formas y formas… Las elecciones vascas las ganó el PNV con un 38,56% de los votos. El PSE ha aprovechado el aumento de su electorado (hasta un 30,71%) para intentar hacer amigos en el Parlamento. Pero está claro que el PP, la tercera fuerza política de lejos, con apenas la mitad de votos que el PSE (un 14,09%), no pincha ni corta en esta cuestión, y puede saborear las mieles del poder por una cuestión puramente circunstancial. Vale que no regale sus votos, vale que reclame lo suyo… nada de esto es ilícito, insisto. Pero hacen falta muchos huevos para elegir como Presidenta del Parlamento Vasco a una representante de la derecha más conservadora y recalcitrante de su partido, cercana al Opus Dei y que no habla Euskera. Desde luego, es un gesto que se podrían haber ahorrado, precisamente en una situación delicada, como la actual, donde los gestos lo son todo.
Nada graba un recuerdo tan intensamente en la memoria, como el deseo de olvidarlo.
(Michel Eyquem de Montaigne, filósofo, escritor y político francés del Renacimiento)
Lo que yo no entiendo es la propia idea del Infierno… administrado, para beneficio del Altísimo, por su presunto peor enemigo.
Lucifer es un tipo que se harta de tanto incienso y lira, y se rebela contra el número uno (y en ciertas versiones de la historia, contra los otros dos). Pero pierde, y lo destierran a la Tierra. Entonces se monta un chiringuito subterráneo en el que se dedica a putear ¡a sus propios partidarios!
(Freman, en un comentario en el Otto Neurath)
Una de las características del nacionalismo ruso fue su interés por lo oriental, precisamente aquella vertiente de su propia cultura que los distinguía del resto de Europa. Ejemplos sonados de este interés son obras como Scheherazade, de la que ya hablamos en su día, o Islamey de Mili Balakirev, pero hay cientos de ellos. Esta aria y su exquisita orquestación, propia de su autor, nos transportan de inmediato a la India y sus exóticos encantos.
En 1867 Nikolai Rimsky Korsakov escribió un poema sinfónico titulado Sadkó. Posteriormente, lo revisaría en varias ocasiones y, por fin, en 1897 estrenó en Moscú la ópera que hoy nos ocupa. Él mismo escribió el libretto con ayuda de otros colaboradores, pero quizás su peculiar forma musical en 7 actos, algo inconexa, es deudora de la forma instrumental original. Sadkó está basada en una antigua leyenda rusa. Lleva por título el nombre de su protagonista, un trovador que, ansioso por conocer mundo, abandona su pueblo natal, Novgórod (donde se reían de él) y a su esposa Lubava. El rey de los mares y su hija, la ninfa Volkova, ponen a sus pies los tesoros de los océanos, para que pueda cumplir sus sueños. Cuando prepara su flota cargada de oro, pide a tres comerciantes allí presentes que le describan las bellezas de sus respectivos países, para elegir adónde partir: un normando describe las inhóspitas costas del norte; un indio describe las riquezas y la magnificencia de su patria y, por último, la dulce y simpática barcarola de un veneciano gana el corazón de Sadkó. A este fragmento corresponde el aria que hoy he elegido, (aquí podéis leer la traducción). La ópera finaliza con la vuelta de Sadkó a su patria, cubierto de riquezas y, por fin, respetado.
En el primer vídeo podéis ver la interpretación del tenor Lev Kuznetsov, en el Teatro de Bolshoi. La canción de la India es uno de los fragmentos más conocidos de esta ópera, principalmente por la versión que hizo Tommy Dorsey en estilo de jazz, (último vídeo). Os recomiendo también la Canción del vikingo, cantada con esa voz de bajo profundo tan típica de la música rusa, algunas versiones femeninas de la canción hindú, así como la versión instrumental, mi preferida.