Un pasaje del libro El espejismo de Dios, de Richard Dawkins. Pertenece al capítulo 9, titulado Infancia, abuso y la fuga de la religión.
Ahora quiero mejorar la conciencia de otra forma. Creo que todos deberíamos hacer una mueca de dolor cuando oímos que un niño pequeño es etiquetado como perteneciente a una religión particular o a otra. Los niños pequeños son demasiado jóvenes como para decidir sus puntos de vista sobre los orígenes del Cosmos, sobre la vida y sobre la moral. El propio sonido de la frase «niño cristiano» o «niño musulmán» nos debería dar tanta dentera como las uñas arañando una pizarra.
¿Por qué no permitimos –pues convendréis conmigo en que es totalmente absurdo– que a los niños se les asignen atributos tales como «niño de izquierdas», «niño de derechas», «niño existencialista» o… «niño neokantista» (¡?), y, en cambio, vemos perfectamente normales las expresiones «niño cristiano» o «niño musulmán»? Otro ejemplo más del privilegio absurdo con el que cuentan las religiones.
Tratar de imponer la creencia en la religión es tan arrogante como tratar de imponer la creencia en la ciencia, o en cualquier otra cosa. Es deber de los padres el proporcionar a sus hijos una educación lo más abierta posible independientemente de sus propias creencias. Más adelante, será ese niño el que, con todas las cartas en la mano, forjará su pensamiento y decidirá en qué cree y en qué no.