Construcción del clarinete

Con los exámenes ya terminados, tengo el cuerpo un poco vago y me estoy tomando el fin de semana con calma. Así que os dejo un vídeo sobre la construcción del clarinete (gracias otra vez a José Luis). Aunque estamos en pleno siglo XXI, sigue siendo un proceso eminentemente artesanal. Las máquinas son útiles hasta que se cortan los tubos y son agujereados. A partir de ahí, el clarinete pasa por muchas manos hasta que queda completamente terminado.

En el vídeo faltan algunos pasos intermedios. Como podréis observar, la madera con la que se hacen los clarinetes no es negra, pero los clarinetes sí lo son. De hecho, después de la máquina que hace los agujeros, se ve a un hombre poniéndole un trozo de corcho a una pieza y esta ya es negra. Entre ambas imágenes falta el proceso de tintado de la madera. Se hace una mezcla con tinta y aceite hirviendo y se introducen los tubos ahí. Después se dejan secar y ya se quedan con ese tono negruzco característico.

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Cuatro acordes son suficientes

La riqueza armónica del pop actual es digna de mención. Con cuatro acordes y dos especies (I, V, VIm y IV), ya estás preparado para cantar un montonazo de canciones. Los chicos de The Axis of Awesome, una banda cómica de rock, lo han demostrado sobradamente. Un cursillo de estos de CCC, Aprende a tocar la guitarra en dos «patás», y a funcionar. Vean, vean, y sobre todo escuchen:

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¿Sorprendidos? Y eso que todavía no hemos echado un vistazo al repertorio de canciones en castellano. ¿Queréis que lo hagamos? En Mundo Picho ya lo han hecho, y este es el resultado (bastante más desafinado, pero sirve para hacerse una idea):

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Beethoven una puta mierda al lado de esto, oiga.

(¡Gracias a Pablo por los enlaces!)

Fantasía sobre Carmen Op.25 de Sarasate

Este fin de semana los clientes de Telefónica teníamos problemas para acceder a Youtube, así que nos quedamos sin nuestro habitual post musical de los domingos. Esta manaña, de hecho, los problemas todavía persistían. Por eso, os compenso ahora mismo: hoy os traigo algo especial, algo de mi tierra (por cortesía de José Luis, que me ha mandado el vídeo, ¡gracias!), interpretado también de una manera especial.

Se trata de la Fantasía sobre la ópera Carmen de Bizet, del violinista pamplonés Pablo Sarasate. Bueno, Martín Melitón Pablo de Sarasate y Navascués, para ser más exactos, ahí es nada.

Los ávidos lectores habrán deducido al instante que esta fantasía es para violín y piano u orquesta (en este caso orquesta), como el 98% de las obras de Sarasate. Y precisamente en ese punto radica la originalidad del siguiente arreglo e interpretación, pues corre a cargo de un clarinetista.

No había oído hablar nunca del clarinetista Mate Bekavac antes de hoy, pero seguro que, a raíz de escuchar esto, busco más cosas suyas. Una somera búsqueda de su nombre en EQTLS no arroja muchos resultados, mas son los suficientes para ver que su carta de presentación no es nada mala: el susodicho ha estudiado con Béla Kovács (que tiene un librito de obras para clarinete solo con el que me ando peleando) y Charles Neidich.

El caso es que es jodidamente complicado tocar semejante pieza, ya acrobática de por sí para el violín, con el clarinete. No ya porque sea más fácil o más difícil, sino porque son instrumentos distintos, con técnicas muy diferentes. Las características físicas de un instrumento abren un abanico de posibilidades muy concreto. ¿Qué es más complicado, cavar una zanja o freír un huevo? Pues ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario. En cambio, si quieres freír el huevo con un pico, o cavar la zanja con una rasera, la cosa se complica, evidentemente.

Para interpretar esta obra, Mate Bekavac tiene que echar mano de técnicas «no-estándar» —podríamos decir— del clarinete: respiración circular (me da la impresión, en algún pasaje, aunque es difícil asegurarlo), doble picado, glissandos extremos, frullato, vibrato, slap, etc. (no lo explico porque se haría eterno; si sentís curiosidad, ya sabéis). Las llamo «no-estándar» porque estas cosas no las enseñan en los conservatorios, amiguitos, no entra dentro de la técnica básica del clarinete. Y, por si fuera poco, se mueve en un registro que no es propio del clarinete (porque el violín es más agudo). Son notas que sí, de acuerdo, pueden darse con un clarinete, pero son armónicos extremadamente agudos, chillones, difíciles de afinar y que requieren incluso un cambio de la embocadura.

En cualquier caso, Bekavac demuestra un dominio del clarinete excepcional y no puede negarse que tiene una gran musicalidad. Al final de la pieza pierde un poco el control, pero lo que me sorprende es que no lo pierda antes, con la de barbaridades que le hace a esa pobre caña… El resultado final es cuando menos original y sorprendente. No sé, vosotros ¿qué opináis? ¿Os gusta? ¿No os gusta? ¿Tiene valor sólo como experimento, o es factible componer algo así para clarinete? ¿Aceptamos barco como animal de compañía?

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El Grupo de los Cinco

Estos días ando haciendo un trabajo para el conservatorio sobre estos cinco magníficos compositores nacionalistas rusos del siglo XIX: Mily Balakirev, Nikolai Rimsky-Korsakov, Alexander Borodin, Modest Mussorgsky y César Cui. Ya os hemos hablado de ellos en otras ocasiones, música mediante, y ahora quería compartir con vosotros un fragmento que he encontrado en el libro Historia de la Música y sus compositores y que me ha gustado mucho (no os perdáis las descripciones que hace de otros músicos). Es un perfecto retrato de lo que fueron.

Dirigidos hasta cierto punto por Balakirev, tenían una especie de programa. Estaban convencidos de que Glinka había mostrado el camino para dotar a la fundación de una auténtica obra rusa, adoraban el canto y el baile popular, todo aquello que indicara un fondo musical genuino y seguro del alma del pueblo; odiaban el Teatro del Emperador, donde toda aquella gente de uniforme o vestidos de noche, daba la impresión de interesarse solamente por los agudos de los cantantes y las piruetas de las bailarinas; creían que Berlioz era un gran innovador, admiraban en Schumann la presencia de una fantasía humana; consideraban a Bach como una momia envuelta en planos de ecuaciones y de cálculos algebraicos; a Mozart y Haydn como dos pelucones inútiles; a Chopin como una señora nerviosísima y a Wagner como un presuntuoso ridículo.

Se la tenían jurada al Conservatorio y creían que al arte en general le faltaba vida, que volvía la espalda por cobardía, a la vida misma. Todos estos temas se desarrollaban, discutían y elaboraban en reuniones fraternas, en las que uno hacía escuchar a los otros la música propia, donde otro proponía melodías «nacionales» recogidas viajando y todos juntos trataban de armonizarlas en la forma más adecuada, más respetuosa y menos académica.