¡Sigo viva!

Resucitada de entre los muertos, escribo para contaros que ya estoy de vuelta: por fin se terminó el curso (hace 2 horitas) y las entregas contrarreloj (¡viva!), con muy buenos resultados, por cierto: entre otras cosas, me han elegido para participar en la exposición del departamento de grabado (¡viva, viva!). Ya avisaré cuando se acerque la fecha.

El caso es que he pensado que si vosotros también andáis más holgados de tiempo, quizás os apetezca pasaros por una de las exposiciones más interesantes que he visto en mucho tiempo: consiste, sencillamente, en darse un paseo por el edificio anexo de la facultad de Bellas Artes. Allí se encuentran las instalaciones de Escultura y, a estas alturas de curso, la mayor parte de las obras de los alumnos están recién acabadas o a punto de acabarse. La mayoría merecen mucho la pena. La ventaja de esta «exposición» es que podréis ver obras de lo más variado, en pleno proceso de creación, e incluso hablar con sus autores si los pilláis con las manos en la materia. Nada de marcos, firmas ni altares: sólo las formas germinando en su hábitat natural. El otro día me dediqué a sacarle fotos a las que más me gustaron. Os dejo algunos ejemplos para ver si os abren el apetito.

Desde el taller de madera, a través de la ventana podéis entrever parte del taller de piedra.
El caracol de la izquierda es enooorme, como una persona de alto. Además, está perfectamente pulido, es un placer tocarlo.

Y muchas más...

Desproporción

Kit estándar de supervivencia en la biblioteca en época de exámenes.

Sonata para móvil, tos, caramelo y palmas

El público murmura mientras hojea el programa. Comienzan a salir los músicos de la orquesta y arranca un tímido aplauso que se desvanece cuando todavía faltan los contrabajos, algunos metales y la percusión. Todos sentados; se hace el silencio. El concertino se levanta y comienza el paripé de la afinación. Ya han terminado cuando todavía se oye al oboe dando el coñazo con alguna virguería. Entonces sale el director; músicos en pie y público entregado, ahora sí, en un sonoro aplauso. Hace un gesto y se da la vuelta. Vuelve a hacerse el silencio.

Concentración máxima. Los instrumentos están en posición. La batuta se yergue en el aire amenazante y los músicos la miran mientras tensan todos los músculos del cuerpo. Se eleva acompañando el gesto del director, todos respiran al mismo tiempo, comienza a caer y entonces… la señora que está en la sexta fila comienza a sacar un caramelo de su envoltorio. Ha decidido que ese es el mejor momento para hacerlo y no tiene ninguna prisa. Tampoco parece que el caramelo esté por la labor de facilitar la tarea. El plástico se retuerce y cruje durante unos diez segundos que parecen eternos, hasta que finalmente cede y su contenido queda liberado. No contenta con ello, se dedica a hacer una bolita insostenible con el envoltorio; otros diez segundos, lógicamente, ante tan ardua tarea.

La música avanza, se abre paso. La magia sigue materializándose ante nuestros oídos. Llega un pasaje pianissimo. El viento-madera ejecuta una secuencia de acordes mientras las cuerdas aportan alguna floritura. Momento precioso y delicadísimo que un señor de la fila veintitantos ve como idóneo para preguntarle al espectador de su izquierda si vio el partido del sábado. Claro, es que en un forte no le oye bien.

El primer movimiento toca a su fin. Una coda brillante y sonora de una forma sonata. Con un ademán del director, la música cesa. Flota en el aire la resonancia de la sala y, en decenas de milisegundos, de nuevo el silencio. Y ahí comienza una carrera que dura centésimas de segundo. Un sector del público lucha por determinar quién es más rápido dando la primera palmada del aplauso. Han vuelto a meter la pata. El resto del público se lo recrimina mediante siseos, incluso el director tiene que hacer un gesto para indicar que se callen: el segundo movimiento, lento, va a comenzar y la atmósfera está totalmente rota.

Llega la parte melódica y los solistas comienzan a lucirse uno tras otro. El oboe conversa con la flauta, el fagot con el clarinete. La trompa también tiene su momento. Pero de repente hay una extraña mezcla de melodías. ¿Alguien ha entrado donde no debía? Ah, no, es el móvil del señor que está en los asientos laterales. Introduce la mano en su bolsillo y comienza la búsqueda. El tamaño del mismo es tal que ni siquiera le cabe la mano entera, pero, por alguna misteriosa razón, el móvil se ha escondido en algún recoveco insondable. Finalmente lo saca y se queda mirando el brillante LCD mientras el soniquete sigue repitiéndose, ahora con mayor claridad. Por fin pulsa el botón rojo y las miradas amenazadoras se tornan de nuevo hacia el escenario.

Está siendo un segundo movimiento maravilloso. Su escucha produce un placer sólo comparable al silencio que precederá al tercer movimiento, momento que servirá para paladear el recuerdo de los últimos minutos. Porque esta vez, afortunadamente, no volverá a repetirse el aplauso a destiempo. El segundo movimiento se esfuma poco a poco hasta que desparece por completo. Y es en ese preciso instante cuando un veinte por ciento del público decide que es una buena ocasión para dar rienda suelta a su repentina tuberculosis. Tosen como si se acabaran de tragar una piscina olímpica.

Tras un interludio completo de expectoraciones varias, no hay tiempo para más y comienza el tercer y último movimiento. La viveza del Rondó anima a la gente, que se dedica a componer su propia fuga de toses —a modo de sujeto— y cuchicheos —a modo de respuesta—; dos filas más allá, contra-sujeto y contra-respuesta; unos estrechos en el segundo anfiteatro.

El concierto ha llegado a su fin. Ya no sé ni cómo lo ha hecho la orquesta… pero a esos músicos hay que aplaudirles, aunque no sea más que por lo que han aguantado. Apenas ha arrancado el aplauso cuando una horda de jubilados con dinero y sin aficiones ya se ha levantado del asiento y se dispone a abandonar el auditorio. No me extraña.

Agua a precio de tinta de impresora

Carece de efectos secundarios, no interfiere con las medicinas ni provoca efectos de habituación y mucho menos, intoxicaciones por sobredosis.

No existe un tiempo definido para su utilización, ya que dependerá de cada persona, de su grado se sensibilidad, del tiempo que arrastra el problema, y del problema en sí mismo, aunque por regla general en no más de un mes se empiezan a ver resultados.

Aunque sería tontería ponerlo, bien podría ser el prospecto de esta botella de agua. Pero no.

Resulta que, el otro día, veo a una amiga echándose unas gotas en la boca con un cuentagotas antes de un concierto. Yo me quedo con cara de interrogante. «Es para los nervios», me dice. «Ya llevo cuatro gotas, pero me dijeron que podía tomar tantas como quisiera en caso de necesitarlo». Le pido que me lo enseñe y me encuentro con esto:

Flores de Bach. Paso a cara de nopuedeserciertoloqueestoyviendo. Le doy la vuelta al invento:

Disolución acuosa de una mezcla de Flores de Bach, alcohol de uva. Dilución 1:240

Lo cual quiere decir que, por cada gota, un doscientos cuarentavo de gota es principio activo. Visualicémoslo:

Pero lo mejor no es eso, lo mejor es que está comprando agua a precio de tinta de impresora prácticamente, que ya es decir. He encontrado la siguiente tabla en esta página:

Precio Litro
InyecciónTinta negro
Precio Litro
inyección color
Precio Litro
Champagne
Precio kg
caviar Iraní
1.100 a 1.300 € 1.700 a 2.000 € 77,5 a 192,5 € 1.850 a 3500 €

Pues bien, teniendo en cuenta que el botecito en cuestión cuesta 15,8 € —sí, estáis leyendo bien— y que contiene 20 ml, el litro nos sale a 790 l€uros del ala. Aunque tampoco estoy muy contento con esta cuenta. Consideraremos que el agua que contiene es normal y corriente, que no la han sacado de un cometa o algo así para que valga tanto. Así que mejor vamos a calcular cuánto nos cuesta el principio activo en cuestión.

El precio de 50 cl de agua de una marca comercial de agua embotellada sale a 0,35375 €. El mililitro nos sale entonces a 0,0007075 €. Como el envase de Flores de Bach contiene 20*239/240 ml de agua, esto tiene un precio de 0,01409104167 €. Restamos esta cantidad al precio original: 15,8 – 0,01409104167 = 15,7859089583 € cuesta el principio activo. Este se encuentra en un volumen de 20/240 ml, por lo que el litro de principio activo cuesta 189 430,9075 €. ¿Qué decíais, que la tinta de impresora era cara? Estos homeópatas vendedores de humo luego dirán que si las farmacéuticas se lucran…

X Concurso de música de cámara ‘Fernando Remacha’

Premio en Categoría A. El máximo galardón en la Categoría A, la del Conservatorio Superior [de Navarra], dotado con 1.600 euros, fue para el quinteto de viento [Aeolian Quintet] de dicho centro integrado por los músicos Amaia Gómez (flauta), Jesús Ventura (oboe), Iñaki Úcar (clarinete) Javier Arruabarrena (Trompa) y Peio Berasategi (fagot). El segundo premio en esta categoría quedó desierto, al no pasar ninguna otra formación a la final.

Más información: