Nos vemos en Naukas Bilbao

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Como cada año, el verano nos abandona sin dejarnos llorar demasiado: justo a la vuelta del equinoccio, el mayor evento de divulgación científica del año se celebra en Bilbao. ¿Y por qué no deberías perdértelo? Preguntas, como cada año, mientras se acortan tus días y el curso laboral va clavando su rutina en tu melancólico bronceado. Te daré algunos motivos:

  • Por hedonismo. Bilbao todavía sabe a vacaciones. Esta semana, cuando salgas cada tarde del trabajo, o de la universidad, pensarás en el pedazo viaje que tienes preparado. Pensarás en ese hotel con bañera y espuma. Pensarás en la lujuria de no tener nunca que hacer la cama. Pensarás en los pintxos de por la noche y en las cañas. Y el verano, que recién se ha ido, ya no te parecerá tan lejano.
  • Porque te vas a reír: te lo garantizo. Y si no, ¡te devuelven tu dinero!
  • Porque, si tienes hijos, aprenderán un montón. Y si no los tienes, deberías venir a celebrarlo.
  • Porque tú también crecerás. Es lo mejor, sin duda, de estos eventos. Siempre sales con el encéfalo más gordo por algún lado.
  • Porque no somos Mario Rajoy: perdemos mucho a través de un plasma :(
  • Porque todos envejecemos de año en año. Y nunca podrás comentarlo ácidamente si te quedas creyendo que conoces a un puñado de avatares.
  • Porque igual ligas. En fin, no sé si se habrá dado alguna vez el caso… pero si (pongamos por hipótesis) fuese posible ligar gracias a esto de los blogs, tendría que ser en un contexto con piel y malta, digo yo…
  • Porque este año hay música, hay magia, hay entrevistas… además de los habituales ciencia, escepticismo y humor.
  • Porque Iñaki ha preparado un montón de paradojas sobre estadística como para hacerte pensar. Porque yo voy a llenar un auditorio de sonidos raros por tercer año consecutivo. Pero las otras charlas de las que tengo alguna noticia, también molan un montón.
  • Porque hasta leer esto, probablemente, tu plan para este fin de semana daba mucha pena: ¡nos vemos en 4 días!

Todo lo que un grafólogo puede leer sobre ti… en Google

(Esta anotación se publica simultáneamente en Naukas)

Si eres español, joven y aún no has emigrado, es muy probable que en los últimos años hayas tenido que enfrentarte a una entrevista de trabajo. Una entrevista es esa situación social incómoda e ineludible durante la cual un perfecto desconocido intenta averiguar, en el plazo de media hora, cuál será tu desempeño profesional durante los próximos mil años. No es de extrañar que algunos recurran a artes adivinatorias…

Precisamente hace unos meses, en una de estas entrevistas, me pidieron realizar un test de grafología… y está el mercado laboral español como para negarse. O para ponerte a explicarle a tu futuro jefe (con su bolsa de herboristería en un mano y su folleto de reiki en la otra, sic), que este método de selección es una patraña, incluso si a él le funciona. Acepté escribir mi test, no sin antes ofrecer cierta resistencia racional.

—Sólo espero que la elección no se base solo en esto. Que hace mucho que no escribo y… claro, la letra empeora. De hecho, ahora que todo el mundo escribe a ordenador: ¿se estarán estropeando las personalidades también, no?, jajaja…

—¡Claro! De hecho, mejor iría el mundo si la gente asistiese a cursos de caligrafía…

Hago notar aquí que mi pregunta quería ser irónica. La respuesta, en cambio, no lo era. El mundo se está jodiendo por culpa de los fabricantes de teclados, tomen nota. Tras semejante aclaración, elegí papel y boli y comencé a escribir. Primero, mi nombre completo y la fecha, único requisito del texto. Después… la mejor parrafada que pude improvisar procurando desvelar mis cualidades intelectuales y profesionales: empezando por la buena ortografía, los renglones uniformes y un vocabulario rico sobre un tema más o menos complejo. Y a entregar.

Dos semanas después, recibí la llamada que esperaba. Era mi potencial contratador ofreciéndome el puesto de trabajo en base a los resultados del test de grafología. Según me explicó, gracias a mi letra habían podido descubrir:

  • Un montón de vaguedades, como «carácter fuerte» —¿qué coño significa carácter fuerte?— o «tranquila en general, aunque a veces puede llegar a enfadarse». Fuck yeah!
  • Detalles directamente falsos, una vez se esquiva el efecto Forer (no recuerdo exactamente en qué contexto utilizaba la palabra «explosiva», pero… no, para nada, por mucha pólvora que me echen).
  • Algunos detalles curiosamente precisos y curiosamente acertados sobre mi perfil profesional.

Tampoco le di muchas vueltas a este último aspecto. A fin de cuentas, era posible que la adivina hubiese leído «algo» en el texto, según mi cuidada manipulación (en el contenido del texto, esto es, no en la letra). Curiosamente, el empleador insistió mucho en que el texto «no lo leían»… pero claro, tampoco creo que hubiese presentado tests con letras al azar a modo de grupo de control.

Mi sorpresa, no obstante, llegó un par de días después, a través de LinkedIn, cuando descubrí qué parte en concreto del contenido del texto le había llamado la atención a la grafóloga…

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El nombre y los apellidos, ni más ni menos. No hay más preguntas, señoría.

La física del sonido orquestal

Dublin Philharmonic Orchestra. Autor: Derek Gleeson. Fuente: Wikimedia Commons.
Dublin Philharmonic Orchestra. Autor: Derek Gleeson. Fuente: Wikimedia Commons.

La disposición de una orquesta sobre el escenario se entiende históricamente por adición paulatina. A partir del cuarteto de cuerda, multipliquemos las voces para obtener una orquesta de cuerda. Oboes y trompas dan color; quizás un par de timbales al fondo para reforzar ciertas partes. Las trompas se hacen a un lado para dejar sitio a más viento madera: flautas, fagotes y clarinetes; detrás, las trompetas. Los trombones son excelentes para determinados efectos, hasta que se convierten en miembros de pleno derecho gracias a Schubert. Tuba, más y más percusión —en general, más de todas las voces—, y finalmente obtenemos la gran orquesta romántica que seguimos manteniendo hoy en día.

Las variaciones dentro de este marco responden a diferentes criterios. Hay criterios más objetivables, principalmente acústicos, como el de agrupar los graves en la misma zona derecha (desde la perspectiva del director y el público) donde se sitúan tradicionalmente cellos y contrabajos. Otros son más subjetivos y pueden venir de parte del director o el compositor. En cualquier caso, no se decide a la ligera: se deben tener muy en cuenta las interrelaciones, a todos los niveles, existentes entre todos los instrumentos, puesto que una mala disposición, como veremos en el caso de las trompas, puede tener consecuencias catastróficas.

Continúa leyendo mi última aportación al Cuaderno de Cultura Científica.

Es bien conocido que, habitualmente, los trompistas que se quejan amargamente al ser colocados delante de los timbales. ¿Hay alguna razón de ser en esto? Las trompas tienen una peculiaridad importante. Así como el resto de instrumentos de viento, por construcción, se tocan con la campana orientada hacia adelante (trompeta, clarinete, etcétera) o hacia arriba (fagot, tuba), un trompista sostiene su instrumento de esa forma tan característica, con la campana hacia el lado derecho y ligeramente hacia atrás, con la mano en su interior. Esto las hace un blanco perfecto en el que las ondas sonoras procedentes de sus compañeros de atrás —percusionistas todos— impactan con dureza. Pero, ¿realmente esto puede perjudicar de alguna manera al intérprete? Tenemos una causa probable; ahora necesitamos un mecanismo físico que nos dé una explicación del posible fenómeno.

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Los tubos de los instrumentos, en la dirección boquilla-campana, tienen dos propósitos fundamentalmente. El cuerpo actúa como un resonador para producir las diferentes notas. La campana, por su parte, suaviza el paso del aire del cuerpo al exterior y mejora la radiación del sonido; la proyección, diría un músico. Este elemento, en apariencia insignificante, es muy importante sin embargo. Las paredes del instrumento imponen unas restricciones obvias al paso del aire, mientras que, al salir del instrumento, estas desaparecen. La campana no hace otra cosa que hacer esta desaparición más progresiva, a esto nos referimos con suavizar. De esta forma, se evitan en la medida de lo posible efectos turbulentos indeseados en la circulación del aire. Un instrumento de viento sin campana es percibido por el ejecutante como más duro, con mayor resistencia a la emisión.

Como nota al margen, ¿por qué una flauta travesera no tiene —no necesita— campana entonces? Muy sencillo: el aire no fluye —principalmente— por el cuerpo, sino que la mayor parte rebota en la boquilla y sale por el mismo bisel por el que se introduce. Es ahí donde hay que tratar de suavizar la salida.

Volviendo a la trompa, ¿cómo actúa el cuerpo de un instrumento en la dirección opuesta a aquella para la que está pensado? Pues fundamentalmente igual: la campana recoge, adapta, suaviza —esta vez, del espacio libre hacia el interior, como una oreja o una trompetilla para sordos—, y el cuerpo transmite las vibraciones hacia la boquilla. Serían estas perturbaciones en la propia boquilla las causantes del malestar de los intérpretes. Podemos encontrar numerosos testimonios —como el del afamado Gunther Schuller, trompista y autor de un tratado de referencia para este instrumento— que reportan que el golpeo de un timbal produce cortes y carraspeos en las notas emitidas por el trompista, se siente «como un puñetazo en la boca» y puede afectar a la resistencia del propio músico.

¿Hasta qué punto esto es así? ¿Son los trompistas unos quejicas? Nada de eso: hay datos científicos que lo confirman. Se trata del trabajo The effect of nearby timpani strokes on horn playing, publicado este mismo año en el Journal of the Acoustical Society of America. Dicho trabajo está centrado en dos propósitos: hallar la función de transferencia a la inversa —dirección campana-boquilla— de una trompa (enseguida pasamos a explicar qué diablos es esto) y estudiar el efecto del golpeo de un timbal en diferentes parámetros del sonido del instrumentista, como la amplitud, estabilidad y afinación.

La función de transferencia es un concepto muy potente y útil para físicos e ingenieros. Sin entrar en muchos detalles, se trata de la descripción matemática de cómo un sistema, visto como una caja negra de la que no nos importa qué hay dentro y qué hace, afecta al paso de algo a través del mismo. Más concretamente, es lo que sale de un sistema cuando a la entrada hemos puesto un pulso instantáneo de amplitud infinita (que además tiene nombre: Delta de Dirac). Esto es así porque, si analizamos matemáticamente dicho pulso, vemos que tiene el mismo nivel de energía a todas las frecuencias posibles, por lo que poseemos la información completa y perfecta de nuestro sistema: qué le hace a cualquier frecuencia que se le introduzca.

Pero un momento, un momento… ¿he dicho «pulso instantáneo de amplitud infinita»? ¿Cómo es posible eso? Evidentemente, no lo es: es una descripción matemática, no física. Lo mejor que tenemos en la realidad es un golpe muy corto y muy fuerte. En el caso que nos ocupa, el sistema, la caja negra, es la trompa. La entrada es la campana y la salida es la boquilla. Por tanto, para medir su función de transferencia, basta con producir un sonido —un ruido, un golpe, mejor dicho— fuerte y breve, y grabar y analizar qué llega a la boquilla. ¿Os suena a algo? ¿A golpe de timbal, quizás?

Los resultados del estudio muestran sin lugar a dudas que la trompa recoge y comprime las ondas de presión sonoras (recordemos que el tubo es cónico) hasta llegar a la boquilla, donde se da una ganancia de hasta 26 dB. Esto es, las vibraciones se van intensificando considerablemente al viajar hacia la boquilla. No es que estemos fabricando energía de la nada, al contrario; de hecho, hay pérdidas. Lo que ocurre es que partimos de una superficie muy grande, la campana, que recoge energía y la transmite hasta una superficie muy pequeña, la boquilla. Y, por supuesto, los autores han comprobado que los efectos en el trompista pueden ser muy perjudiciales: irregularidades en la amplitud del sonido que persisten durante segundos, desafinaciones y notas que llegan a cortarse si el matiz es piano, consecuencias que se ven acentuadas cuando la nota del timbal es próxima a la que produce la trompa —cosa que sucede habitualmente—.

Y he aquí lo prometido. Se hace evidente que conseguir un buen sonido orquestal tiene más ciencia detrás de lo que pudiera parecer en un principio, y eso que lo descrito aquí es tan solo una pincelada de todos los problemas que surgen al tratar de coordinar y combinar decenas de instrumentos tan diferentes entre sí. Espero que, la próxima vez que asistáis a un concierto de música clásica —y, en general, de cualquier tipo—, estos detalles sean un añadido a vuestra experiencia a la hora de valorar y disfrutar de la música.

La investigación científica: un símil

(Esta anotación se publica simultáneamente en Naukas)

El saber humano es como una casa con multitud de habitaciones. Unas son más grandes, otras más pequeñas, pero todas tienen su encanto. La mayor parte de las personas se pasean con desinterés, otras con displicencia, por un pequeño conjunto de salas. Otras van de aquí para allá, como abejitas, contando a todo aquel con el que se cruzan lo que sucede en las otras habitaciones. Los más raritos, incluso, le cogen cariño a una en concreto y hacen de ella su sala de estar.

Esta casa, nuestra casa, tiene unas cuantas peculiaridades. Por ejemplo, las habitaciones no tienen dueño ni puertas, y son todas exteriores. Aunque, realmente, esto da igual, porque tampoco hay ventanas. Tan solo está el muro exterior, compuesto de multitud de materiales: algunas zonas son de cartón, otras de madera, ladrillo e incluso de acero… pero es imposible distinguirlas, puesto que todo él está pintado de un solo color.

Pues bien, la investigación científica consiste en entrar en una habitación, acomodarte en ella, escoger un rinconcito del muro exterior y darle cabezazos hasta hacer un agujero. Con la convicción de que, por supuesto, detrás habrá más muro del mismo color aburrido.

Y, a pesar de todo, la casa, nuestra casa, ha pasado a ser un poquito más grande, y ese momento es impagable.

La edad es cuestión de tiempo

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(Esta anotación se publica simultáneamente en Naukas)

Dediquemos un momento a la gráfica sita sobre estas líneas. Adelante, no se corten, yo les espero aquí. Más de uno dirá «ya está otra vez el rarito de las gráficas…». ¿Qué es lo que le pasa a esta? Gráfica de barras que representa adecuadamente las proporciones, colores adecuados para comparar dos instantes de tiempo diferentes, el cero está en la base, como debe ser, muestra los porcentajes sin descuidar los valores absolutos… ¿todo bien, no? Pues no.

El proceso de crear una gráfica nunca puede tener un solo paso, a saber, coger los datos y vomitarlos en un estilo predefinido. Tampoco va a constar, en general, de dos ni de tres. La razón es bien sencilla: no conocemos los datos a priori y no vamos a acertar a la primera en la gráfica que saque todo el potencial de los mismos. Por tanto, se trata de un proceso iterativo: representación, reflexión e interpretación, cambio de representación, reflexión e interpretación… hasta que el resultado es adecuado. ¿Adecuado a qué? Al objetivo de la gráfica, recordemos: transmitir un mensaje.

Volviendo al ejemplo que tenemos entre manos, ¿qué mensaje se pretende transmitir? A juzgar por el tituláridoMillones de adolescentes abandonan Facebook desde 2011—, que algo muy malo le pasa a Facebook. Sin embargo, ¿qué información aporta la gráfica acerca de este asunto? Absolutamente ninguna. Cero. Por si alguno aún no ha caído, lo explicito: algunos individuos de las barras azul claro de 2011 habrán saltado a la siguiente categoría de edad en estos últimos 3 años, digo yo. Por tanto, la cantidad de información que aporta es nula y solo es un mero adorno.

¿Qué porcentaje de las caídas se corresponde con personas que han cambiado de tramo de edad —porque la gente cumple años; y todos los años, oiga— y qué porcentaje se corresponde con abandonos realmente? No lo sabemos. Y no lo podemos saber. No con esta gráfica. A lo sumo, podemos afirmar con seguridad que los adolescentes crecen o abandonan Facebook a un ritmo superior al que entran por primera vez en la red social.

Es evidente que el perpetrador de esta gráfica no ha seguido el proceso iterativo correspondiente. Como mucho, habrá vuelto sobre ella para añadir detalles, cambiar estilos y colores, pero, desde luego, no se ha parado a reflexionar sobre el resultado, sobre su interpretación —¡si es que la tiene, para empezar!—. En su lugar, se ha dejado llevar por el primer vistazo y el titulárido impactante. Y es evidente porque el ajuste es trivial: habría bastado con desplazar tres años las categorías de edades de la barra de 2014 y tendríamos toda la información necesaria en nuestra mano. Claro, que tal vez el autor no disponía de unos datos con la suficiente granularidad, o tal vez representándolos de esa manera no se leían esas conclusiones… ¿Patoso, tramposo o mentiroso? ¿Ustedes qué opinan?