Nostalgia

Llevo dos años fuera de Madrid. No se puede decir que lo extrañe. Tampoco me molesta volver a sus costas. Llevo dos años fuera de Madrid para darme cuenta de que soy más de Madrid que nunca. Lo llevo en el acento, en la sangre, o un grano enquistado en el culo si se prefiere. Eso da lo mismo. El caso es que Madrid está más cerca mío, cuanto más kilómetros nos separan, como toda buena familia.

Hoy mis dos alumnas, de 16 años, me preguntaban cómo era vivir fuera. La respuesta no fue negativa. Para nada, se vive mucho mejor fuera. Pero me salió la tontería romanticona al nombrar a Malasaña, el Rastro, la filmoteca… les conté que el mejor recuerdo de mi «adolescencia», seguía en la Plaza del Dos de Mayo: bajaba con unos amigos por la Calle Belarde. Todo estaba atestado de gente. Las estatuas de la plaza sostenían sus ya habituales botellas de cerveza. Y en el centro, entre el barullo, las guitarras y los timbales… un gaitero tocando en pie el himno de la Internacional. «Arriba parias de la tierra…»

No soy comunista. Antes me jactaba de decir que era más de izquierdas que los comunistas. Ahora ya ni eso. Sólo afirmo rotundamente que «esto», el sistema en el que rodamos ahora, no funciona. Los síntomas de sus defectos nos hacen malvivir cada día. A otros muchos los hace malmorir. Pero ése no es el tema. No soy comunista, pero Madrid, el Madrid que recuerdo, el Madrid que llevo en el quiste del culo, era, entre otras cosas, un punto de encuentro para aquellos que tampoco estaban de acuerdo con seguir rodando. Y sin embargo ahora temo que ese Madrid se esté marchitando.

Hace unos años, con la excusa de la Ley Antibotellón, nos cerraron Malasaña, la llenaron de policía. Nos echaron de sus calles. En el 2004 empezaron incluso a prohibir las fiestas del Dos de Mayo. Hoy leo entristecida, defraudada, nostálgica que las Fiestas del PCE no se celebrarán este año. Dicen que en primavera del 2009… ¡a saber! Y no es la fiesta lo que importa, no es beber en la calle, no es salir cada fin de semana. Es quedarse sin símbolos, sin espacios, sin lugares de encuentro. No hay forma más efectiva de minar a un colectivo, que quitarle esos puntos de encuentro. Y sin embargo, esta vez, es el propio PCE el que nos los roba.

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