Como decía en el artículo anterior, en el viaje de ida, en algún lugar entre Frankfurt y Pekín, el disco duro de mi netbook decidió sucumbir a la entropía. Recordemos que el propósito principal del viaje es asistir a un congreso para hablar de mi libro de mi paper. ¿Y dónde está el archivo de la presentación? En el disco duro dañado. ¿Y el pendrive con el que viajo? Me he traído «el malo», el que no suelo usar, y está vacío. Decidí que ya copiaría la presentación cuando llegásemos a Corea. Muy bien, Iñaki, te has lucido.
Afortunadamente, tuve la suficiente lucidez para dejar copia de la presentación tanto en Gmail como en Dropbox. Pero seguía necesitando el portátil por dos razones:
- Yo no meto la contraseña de Gmail o Dropbox en un ordenador ajeno —especialmente en un cibercafé— ni con condón. Llamadme paranoico, pero es lo que hay. Solo desde mi ordenador, donde sé qué tecleo y dónde lo tecleo; y si hace falta encriptar la conexión, pues se encripta.
- Necesito hacerme unas notas, porque es la primera conferencia que doy en inglés.
Así pues, el primer paso era comprar un disco duro nuevo y cambiarlo. Para ello, nos dirigimos al famoso Electronic Market situado en Yongsan. Nada más salir de la estación de metro, podemos encontrar un maravilloso edificio de N pisos lleno de productos de electrónica: una suerte de Corte Inglés de la electrónica. Pero ¡ojo!, que ese no es el verdadero Electronic Market, aunque bien lo parece. El verdadero es una nave cochambrosa llena de puestos, estilo mercadillo, pero más cutre si cabe y donde, dicen, se pueden encontrar importantes gangas. Nosotros lo descubrimos después. Nos dejamos encandilar por las lucecitas y los brillantes pasillos del centro comercial de la estación y allí que fuimos.
Pero bueno, era una urgencia y no estábamos para andar de un lado para otro. Además, la jugada no salió tan mal. Acabé comprando un buen disco SSD (ya que estaba…) SATA3 por un precio más que razonable, pero no más barato que en España. Un par de destornilladores y al lío.
Y vaya lío. No sé el resto de Asus Eee PC, pero este T101MT mío viene bien cerradito. Hay que desarmarlo entero para encontrar el disco duro. Llevaba un par de decenas de tornillos quitados (aproximadamente) y todavía no salía la condenada carcasa. Eché mis buenas horas buscando los tornillos restantes, y eso que no hay mucho donde buscar. Si os enseño cuántos eran al final y dónde se ubicaban, no os lo creéis. Al final, objetivo cumplido y disco duro nuevo instalado (no sin cargarme un embellecedor por el camino…).
Siguiente paso: instalar un sistema operativo; Fedora, por supuesto. Sí, Santi, con KDE, por supuesto. El proceso es tan simple como arrancar de un Live USB, instalar a disco y a funcionar. Siempre llevo conmigo un USB con una versión Live de Fedora, pero esta vez está en España. Así que me dirijo a un ciber a bajar una ISO de Fedora para instalarla en el USB. Bien. Por un módico precio de 1500 wones (1 euro aproximadamente), dispongo de una hora de la famosa banda ancha coreana.
No tan banda ancha: me encuentro con que las conexiones están limitadas a unos 128 KB/s. Teniendo en cuenta que la ISO pesa unos 600 MB, me sale más de una hora, y no estoy para perder ni el tiempo ni los wones. Así que descargo en primer lugar un gestor de descargas que abre múltiples conexiones para acelerar el tema. Otra aplicación para crear Live USB, y tras unos minutos, misión cumplida.
Ya de vuelta en el hotel, comienzo la instalación en el disco duro y, hacia la mitad de la misma, salta un error. Qué ven mis ojos. Murphy está graciosillo últimamente. Error de disco no puede ser, me digo, por lo que algún archivo del USB debe estar corrupto, aunque arranca bien. Check del MD5 y efectivamente. Copio la partición del Live USB byte a byte al disco duro y así por lo menos puedo trabajar desde ahí más rápido (vuela este disco). Ahora necesito volver a descargar la ISO, esta vez bien, y no voy a volver al ciber; así que busco una red WiFi vulnerable: necesito Internet.
Hay un objetivo cercano y fácil, y me cuesta pocos minutos, pero aun así no se conecta. No hay asignación automática de IP (DHCP) activada, por lo que tengo que buscar el direccionamiento a mano. Hay suerte: se ve algo de tráfico. El rango de IP y la máscara se deduce más o menos por lo que se ve. Queda configurar y probar: hay conectividad interna. Por cierto, frikidato: se trata de un rango público en una red WiFi (WTF?!). Sin un router de salida, todo es inútil. Afortunadamente, veo dos routers anunciándose por VRRP y, dentro del paquete, la valiosa IP que supone la puerta a Internet.
Ya con Internet, descargo de nuevo la ISO y vuelvo a crear un Live USB, esta vez sin errores. Arranco desde el USB, inicio la instalación a disco y cruzo los dedos… esta vez, todo va bien. Solo queda tunear Linux al gusto (falta mucho software en una versión Live, obviamente) e instalar Dropbox. Tendríais que verme haciendo numeritos por la habitación para buscar un punto óptimo de señal para descargar a la máxima velocidad la carpeta de Dropbox.
Lo mejor de todo es que me levanto a la mañana siguiente y veo la punta de un cable asomando debajo de una mesa. ¿Eso es un cable Ethernet? Efectivamente. Lo conecto, e Internet gratis, sin esfuerzo, cortesía del hotel. Ahora imaginad mi cara de circunstancias.
Por cierto, frikidato otra vez: de nuevo direccionamiento público en la red del hotel. IPv4 se está agotando y aquí reparten direcciones públicas como caramelos. País…
Paralelamente a toda esta mi particular odisea, nos hemos recorrido abundantemente la ciudad, hemos podido visitar unos cuantos lugares curiosos bajo un sol de justicia y hemos observado atentamente la fauna que habita estos lares. Pero como eso da para otro artículo al menos tan largo como este, mejor lo dejamos para otro momento.
Desde mi ahora ultrasilencioso netbook, :wq
una crónica muy apasionante aunque se me ocurren una batería de preguntas que hacer al respecto.
merece la pena que las haga o no tendrás tiempo de responder?
Tú hazlas, que en algún momento las podré contestar.