Últimamente veo la televisión más bien poco. Los fines de semana a las horas de comer, porque el televisor nos acompaña ya por costumbre, como un comensal más. Durante la semana, ni eso, porque en el piso de Pamplona no tenemos tele en la cocina. El único programa por el que me siento ante la caja tonta con premeditación, alevosía y nocturnidad, es la serie House, como atestiguan algunas de las citas que he dejado ya por este blog.
Casualmente, C.S.I. me entretiene con sus descubrimientos imposibles de media gota de sangre en una brizna de hierba semicalcinada localizada a 20 metros del lugar del crimen, lo que indica que… barbaridades por el estilo. A veces son muy graciosos. Los pobres investigadores se pasan horas e incluso días recogiendo pruebas inútiles y, entonces, llega Grissom con los morritos prietos y la barba recién recortada, o bien «Hache» mientras se quita las gafas de sol «rajando patilla». Tras la entrada estelar, mirada profunda, ceja levantada, los subordinados indican que no han encontrado pruebas. Entonces los jefazos señalan a una esquina recóndita: «¿Habéis mirado ahí?», y acto seguido, «¡Oh! ¡Grissom/Hache! ¡Hay un fragmento de pelo/moco/uña/huella que probablemente sea del asesino!»
También muy casualmente, veo trozos de Buenafuente, que es de los pocos programas rescatables de la cartelera. A ver cuánto duran, porque entiendo que hacer un buen programa diario tiene que quemar bastante las ideas, y acaban saliendo cosas como Crónicas Marcianas… Todo el revuelo del Chiki-Chiki habrá supuesto un gran balón de oxígeno para el equipo. Son muchos minutos los que cubren sin «gastar» nuevas ideas, que podrán ir acumulando para cuando se les acabe el chollo. Por otra parte, Berto ha sido sin duda EL Descubrimiento, ha nacido para esto.
Como decía, veo la tele muy poquito. La mayoría de los días nada. Los ratos libres, prefiero pasarlos ante el ordenador, leyendo y escribiendo en este maldito blog que es como una droga. Aun así, me asqueo cada vez que enciendo el televisor: comienza un capítulo de House, pasan tres segundos enteros y… «volvemos en unos segundos»; vuelven, presentan el caso, al paciente le da el primer yuyu en el hospital, House hace el primer chascarrillo, y… «volvemos en unos minutos». ¡Mieeeerda! Encima cortan donde más duele. Pero bueno, esas pausas todavía son medianamente cortitas, porque hay otras cadenas que te ponen una peli y cuando llegan los anuncios ya te puedes ir a echar un mus con los amigos, que cuando vuelvas todavía estarán en publicidad.
Hoy leo en Barrapunto que desde la Comisión Europea se ha lanzado un ultimátum a España por el exceso de publicidad en televisión. Al parecer (yo no tenía ni idea), la Directiva europea Televisión sin Fronteras impone un límite de 12 minutos por hora de publicidad. Y, claro, aquí lo superamos con creces ¡vaya que sí!, hagan cuentas… Viviane Reding, la comisaria europea de Sociedad de la Información y Medios, añade: «Cualquier anuncio publicitario o de telecompra, aunque se llame telepromoción, publirreportaje o de cualquier otra forma, debe ser contabilizado en los 12 minutos por hora. Cualquier otra interpretación es una falta de respeto a los telespectadores y los ciudadanos». ¡Di que sí, Viviane! A ver si les metes un buen puraco para que nos dejen tranquilos.
Así que, básicamente, las cadenas en este país hacen lo que les sale del nardo. Los perjudicados: los de siempre. Y por si fuera poco, me entero de que un gran porcentaje de la recaudación de la SGAE viene de estos (demasiados) anuncios publicitarios… Si es que, me enfermo. Como diría un compañero de carrera, medio en serio medio en broma, ¡cerdos fascistas!…