Imaginemos un columpio de balancín, uno grande y pesado, de esos que sólo se mueven cuando se lo disputan dos niños bien gordos (o fuertotes, que dirían sus abuelas). Sabemos que este columpio tiene dos puntos de equilibrio: uno con cada uno de los asientos respectivamente arriba o abajo. Por eso, si empujamos muy suavemente ese columpio, lo normal es que éste regrese a su posición original: en ningún caso se quedará con los dos asientos flotando en el aire. Podemos, eso sí, seguir ejerciendo fuerza hasta que finalmente, el balancín ceda y se mueva de golpe hasta la posición opuesta a la que habíamos partido. El columpio habría pasado de un punto de equilibrio a otro, atravesando un momento de cambio relativamente abrupto que tiene lugar al aplicar una determinada fuerza: al superar el punto de inflexión.