Sobre las creencias

En esta anotación quiero recoger un comentario hecho por Heli en el blog de Maikelnai. El post ¿Qué hay de bueno en la religión? ha suscitado un intenso debate en dicho blog, entre cuyos comentarios destaco el siguiente por las ideas que expone y por la brillantez argumentativa que emplea. Dice así:

Ya empezamos con la tontería de que hay que respetar las creencias. Me fastidia esa tiranía y autocensura escondida bajo el buenismo, la corrección política y la apariencia de tolerancia. No, hombre, las creencias están para pulverizarlas, machacarlas, triturarlas y hacer cuaquier cosa con ellas porque las creencias no sufren; son ideas que, gracias al debate y a que existen personas que se atreven a no respetarlas, van mutando y algunas felizmente desapareciendo como el racismo o el machismo. Lo civilizado es apechugar con el maltrato a nuestras creencias y responder desde la razón y hasta desde el insulto, pero no desde la violencia. Son los que responden con la violencia los que tienen el problema y no los que atacan con la dialéctica. Como dijo Freud: “El primer humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilización”. Mientras los violentos no entiendan esto, vamos mal (o mejor dicho: vamos igual que siempre), pero desde luego que esa corrección política de no hablar mal de ninguna creencia no hace más que justificar el uso de la violencia cuando las creencias se ven atacadas y sólo genera un mundo de silencio y de miedo.

«Cristo murió sin cuidados paliativos»

Claro… pero es que él lo hacía por salvar a toda la Humanidad y era el mismísimo Dios. Así cualquiera.

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El arzobispo emérito de Pamplona, Fernando Sebastián Aguilar, ha proclamado este viernes que la muerte de Jesucristo en la cruz fue «absolutamente digna» a pesar de que «no tuvo cuidados paliativos». Así que ya sabéis mis queridos fieles, el modelo es que te den ocho millones de latigazos, te coloquen una corona de espinas para ir desangrándote poco a poco, que te hagan cargar con tu propia cruz hasta llegar a lo alto de un monte, que te claven en ella de pies y manos rompiéndote huesos, tendones y lo que pille por medio, que te claven una lanza en el costado para reventarte los pulmones y comprobar que ya no reaccionas y, finalmente, morirte secándote bajo el sol colgado en lo alto de un palo a la vista de tu madre. Si eso es una muerte «digna»… a mí, por favor, que me la pongan indigna. No me hagáis mucho caso, pero creo que un caso así estaría claramente tipificado como «tortura», una violación de los derechos humanos y precisamente, de la Dignidad de la persona. Puestos a salvar la humanidad ¿no podría el Altísimo haber encontrado algún medio menos escabroso?

Qué tendrán los cristianos… corrijo, el Catolicismo casposo con el dolor, que tanto se empeña en glorificarlo y ensalzarlo. Los mismos que predican que el cuerpo del hombre es sagrado son los que rinden culto al dolor de los mártires y al sacrificio. Los mismos que santifican la vida y condenan el suicidio o la eutanasia, son los que justifican la pena de muerte o critican la utilización de preservativos para paliar los efectos de una pandemia, el SIDA, que extermina lentamente al África subsahariana. Los mismos que ensalzan la misericordia, son los que permiten que un ser humano agonice lentamente hasta su último estertor, y pretenden comparar su dolor al de los mártires torturados por los hombres de una manera injusta, inhumana y definitivamente indigna.

Aquel dolor, como el de los enfermos que hoy solicitan la eutanasia, era innecesario y no tenía nada de Santo ni de admirable. Lo admirable y lo santo fue la lucha de una minoría que reivindicaba sus creencias y sus principios. Que su muerte consagrase el mito (nunca mejor dicho) dándole un toque dramático y más bien morboso, no debería desplazar el quid de la cuestión, lo realmente relevante del asunto: el heroísmo, la lucha pacífica por medio de la palabra y no precisamente el dolor que padecieron Jesús y sus seguidores que, antes de ejemplificar la»bondad» del cristianismo, muestra en todo su esplendor la crueldad de que son capaces los hombres. Pero parece mentira que dos mil años más tarde todavía algunos no sepan discernir, separar la paja del grano. La prueba la tenemos en las vírgenes llorosas y las figurillas (y no tan figurillas) sangrantes que recorren estos días nuestras calles. Si Jesús levantara la cabeza… se acojonaría con tanto merchandising.

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Un dolor de huevos

La Iglesia Católica vuelve a invadir las calles de nuestras ciudades un año más. Con sus túnicas, sus sombreros ridículos y sus riñones sufriendo bajo las pesadas imágenes de sus santos, invaden espacios públicos durante una semana entera con total impunidad.

El resto de ciudadanos estamos obligados a aguantar sus molestos ritos. Como advierten en Escolar.net, ninguna otra organización social, política o religiosa en este país recibe tantas facilidades para celebrar sus actos de proselitismo y propaganda: ni siquiera al Real Madrid se le corta el tráfico durante una semana para que celebre sus triunfos. Un dolor de huevos es lo que son.

Aunque quizás me haya pasado un poco con esto último, sobre todo tras haber leído esta noticia. Ahora expresiones como «eres como un dolor de huevos» toman un cariz inquietante.

Mientras tanto, la actualidad no descansa (ni el pasado). Así, desde Mi Mesa Cojea aportan nuevos datos sobre la muerte de Jesucristo.

¡Oh! ¡No, por favor! ¡¡no!!

La Iglesia considera la apostasía como un pecado que va contra el Primer Mandamiento y la castiga con la excomunión.

[Fuente: PÚBLICO]

«Demuestran» supuestamente la existencia de Dios

La Fundación Templeton ha hecho entrega, como cada año, del millón de euros que supone el Premio Templeton para las personalidades que contribuyen a la investigación o los descubrimientos de realidades espirituales, más conocido como «como somos más chulos que un ocho y el dinero nos sale por las orejas, soltamos un milloncejo al primero que le eche un piropo a la religión».

Todos los años desde 1973 se viene entregando este premio. Lo ajustan de manera que sea un poco superior al Premio Nobel, convirtiéndose en «el mayor premio académico del mundo». En fin… «pa cagarse» y no tener con qué limpiarse.

Pero agarraos, porque este año el afortunado ha sido Michael Heller, de 72 años, cura y matemático según EL PAÍS. ¿La causa de tan sustanciosa recompensa? Parece ser que ha «demostrado» la existencia de Dios. Y digo parece ser y lo pongo entre comillas porque la demostración susodicha es igual que Dios: ¡dicen que existe, pero nadie la ha visto! Tan sólo ha trascendido un comunicado del autor, en el que malforma un intríngulis dialéctico digno del mayor de los charlatanes.

Qué ingeniosos son estos religiosos, madre mía… casi tanto como Microsoft. ;-) Lo que no saben es que yo sí que he demostrado irrefutablemente la inexistencia de Dios. De hecho, la demostración está escrita en esta página web, lo que ocurre es que sólo se ve cuando nadie accede a ella…