Leo una noticia en Público sobre ecologismo, con un inicio tan catastrofista que el giro optimista y pretendidamente constructivo del final, casi suena irónico. La pregunta que me queda es cuánto tardará en estallar todo esto. La situación está mal y no deja de empeorar y es que… vamos a decirlo ya bien claro: somos demasiados. Entonces recuerdo las palabras de Hesse en «El lobo estepario»:
– Es cómico -dije- que divierta tanto el pegar tiros. Y eso que yo era antes enemigo de la guerra.
Gustavo sonreía.- Sí, es que hay demasiadas personas en el mundo. Antes no se notaba tanto. Pero ahora que cada uno no sólo quiere respirar el aire que le corresponde, sino hasta tener un coche, ahora es cuando lo notamos precisamente. Claro que lo que hacemos no es razonable, es una niñada, como también la guerra era una niñada monstruosa. Andando el tiempo, la humanidad tendrá que aprender alguna vez a contener su multiplicación por medios de razón. Por el momento, reaccionamos contra el insufrible estado de cosas de una manera bastante poco razonable, pero en el fondo hacemos lo justo: reducimos el número.
– Sí -dije-; lo que hacemos es acaso una locura y, sin embargo, es probablemente bueno y necesario. No está bien que la humanidad esfuerce excesivamente la inteligencia y trate, con la ayuda de la razón, de poner orden en las cosas, que aún están lejos de ser accesibles a la razón misma. De aquí que surjan esos ideales como el del americano o el del bolchevique, que los dos son extraordinariamente razonables y que, sin embargo, violentan y despojan a la vida de un modo tan terrible, porque la simplifican de una forma tan pueril. La imagen del hombre, en otro tiempo un alto ideal, está a punto de convertirse en un cliché. Nosotros los locos acaso la ennoblecemos otra vez.