Cálculo simple

Vamos a ejercitar el cerebro con un sano ejercicio de cálculo. Para ello, primero vamos a recopilar los datos necesarios. Una sencilla búsqueda en Google nos reporta lo siguiente:

«Cerca de», «más de»… un estadístico diría que «en promedio» serían 500000 personas. De acuerdo, ya tenemos un dato. Ahora acudimos al Manifestómetro, donde cinco samaritanos sufridores se dedican a patrullar las manifestaciones y recoger datos tan interesantes como el área que abarcan. De esta concretamente, nos indican que ocupaba unos 12400 m2 (ver la foto del satélite en el enlace anterior).

Por lo tanto, tras una sencilla operación que dejaré para la curiosidad del avezado lector, obtenemos que en la manifestación contra la reforma de la ley del aborto había (sin contar árboles, bancos, buzones, farolas, señales, semáforos, pancartas y municipales) un total de… 40,32 personas en cada metro cuadrado.

Ver efecto

Charlatanería

La actual campaña de la Conferencia Episcopal contra los linces y las mujeres que abortan pone de relieve el patético deterioro de la formación intelectual del clero, que si bien nunca ha sobresalido por su nivel científico, al menos en el pasado era capaz de distinguir el ser en potencia del ser en acto. ¿Dónde quedó la teología escolástica del siglo XIII, que incorporó esas nociones aristotélicas? ¿Qué fue de la sutileza de los cardenales renacentistas?

Jesús Mosterín, filósofo de la ciencia español. Recomiendo el artículo completo (visto en el Otto Neurath).

Qui bono

Si los curas pariesen, el aborto sería un sacramento.

(Anónimo eslogan feminista)

Obras de arte y bazofias varias

Existe una élite de señores con barba de tres días, gafas de pasta, peinados hacia atrás y con trajes caros que dicen que esto es arte:

merda

En la foto, «Merda d’artista», de Piero Manzoni.

Y diréis: «¡Menuda mierda!». Pues sí, efectivamente. Mierda de artista, concretamente, «contenido neto 30 gramos, conservada al natural, producida y enlatada en mayo de 1961», presentada el 12 de agosto de 1961 en una exposición en la Galleria Pescetto de Albisola Marina y vendida a peso de oro. Pero ¡ojito con discutir el valor artístico de esta ¿obra?!, ¡incultos!, o los señores de antes se quitarán las gafas de pasta y os mirarán mal con su ceño fruncido. «Arte contemporáneo», lo llaman.

Esto, por supuesto, no es algo nuevo. Tanto el buen arte como las mierdas pinchadas en palos siempre han existido. Y con esto no estoy descalificando todo el arte contemporáneo, que nadie se lleve a engaño. Seguro que habrá, y las hay de hecho, obras buenísimas actualmente en todo ese mogollón. Pero, obviamente, convendréis conmigo en que todo lo que se hace no puede ser bueno. Y esa es la principal diferencia entre el pasado y el presente.

Hace, qué sé yo… doscientos años, por ejemplo, la gente expresaba sin tapujos lo que sentía al presenciar la obra. Las grandes creaciones de Beethoven, o de cualquier otro, tuvieron un éxito desigual en su época. Muchas de las obras que hoy consideramos grandes piezas de arte, en su día obtuvieron pitos en su estreno, e incluso insultos. Y no hay que remontarse hasta tan lejos en el caso de la música (que es el que mejor conozco), basta con leer las crónicas del estreno de la Consagración de la primavera, de Stravinsky. Hoy en día no. Los espectadores acuden a los auditorios y al final de cada obra aplauden como borregos, aunque no entiendan lo que han escuchado, aunque no les haya gustado; como así lo dicen unos señores con gafas de pasta…

Según lo veo yo, hay dos clases de «obras nuevas que no gustan»: las de gran calidad que «se adelantan» de alguna manera a su tiempo, que no se «entienden» todavía, por decirlo de alguna forma,  y las que son un bodrio, una bazofia. La gran diferencia se encuentra en que, en el pasado, en primer lugar se producía el rechazo por parte del público de ambos tipos de creaciones, para luego pasar por un periodo de asimilación, en el que los bodrios siguen sin gustar y a las grandes obras se les reconoce su valor artístico; en el presente, todo pasa, sin filtros, todo se aplaude, se aparenta que todo gusta, y ahí están los autores de bazofia viviendo del cuento; y nosotros, pobres mortales, aplaudiendo como tontos.

Y todo este rollo viene a cuento de que acabo de descubrir lo único que hace reaccionar al público, lo único que le hace levantarse de su asiento y gritar: «¡Oiga, me está tomando el pelo, esto es de mal gusto!». Todo vale en el arte contemporáneo, salvo cuando se toca una fibra en particular. ¿No os imagináis cuál? Efectivamente, la religión.

El ayuntamiento de Nápoles decidió retirar de un museo una pieza expuesta que consistía en un crucifijo cubierto con un preservativo. La alcaldesa dijo:

«Está claro que, cuando falta la inspiración artística, se intenta hacer hablar de uno mismo con obras artísticas de pésimo gusto y que no respetan -como se debería- el sentimiento religioso de los ciudadanos (…) Naturalmente, cuando pido respeto hacia lo sagrado, me refiero a todas las religiones y no pretendo reducir la libertad del arte. Pero, repito, en este caso lo que falta es el propio arte, mientras reina el soberano pésimo gusto».

Ahí lo tenéis. Triste (el hecho de que tenga que tocarse la religión para que el público reaccione), pero así es.

Ya sabéis, un crucifijo con un preservativo no es arte (y estoy de acuerdo con ello), en cambio, esta y otras bromas por el estilo, sí:

blanco

No, no me he dejado la foto: es «Blanco sobre blanco», de Kazimir Malevich.

¡Cázalos!

carteloteUna plaga invasora está acabando con la biodiversidad del planeta Tierra. Muchas especies corren un serio peligro a causa del crecimiento desmesurado y repentino de esta temible pandemia. Algunas incluso, como el lince ibérico, se encuentran al borde de la extinción debido a la destrucción masiva de su hábitat, la caza furtiva injustificada, y la escasez de conejos, su principal alimento.

La invasión está tomando tal calibre que podría romper incluso el delicado equilibrio que regula el clima de la Tierra. Si la población de Homo Sapiens sigue aumentando al ritmo de los últimos años, su frenético derroche energético daría con el derretimiento de los polos, el consecuente crecimiento del nivel de los océanos, la total desaparición de la mitad de las especies animales y vegetales terrestres, terribles sequías en todo el planeta, un aumento en el número y la intensidad de los huracanes… y en general, un desbarajuste ecológico de tal magnitud, que su fiel descripción endulzaría el Apocalipsis descrito por San Juan.

Así que si de verdad te preocupa tu planeta, no lo dudes: ¡cázalos! El ecosistema te lo agradecerá.

Ojo: Este post es pura provocación. Cualquier parecido con mis convicciones es… difícil de encontrar. Para ir de safari genocida, ya están los vídeojuegos. Pienso, como Jesús Zamora Bonilla, que la protección de la biodiversidad es puramente egoísta, así que no tiene sentido destruir al hombre para salvar al lince ibérico. De hecho, la comparación entre los dos bichos no es mía pero una vez ahí, he querido llevarla hasta el extremo: si los “niños” tuviesen los mismos derechos que los linces, se los cazaría. Si los linces tuviesen los mismos derechos, deberes y libertades que los seres humanos y quisiesen abortar, se les debería permitir. Porque los seres humanos tenemos más derechos, estamos por encima de los intereses del ecosistema. Los linces en cambio, se ven sometidos a ellos y a nuestras propias necesidades.