No sé muy bien por qué en este país se le tiene especial aprecio al Rey Juan Carlos I. La gente suele argüir que, por lo menos, aquí la monarquía no la anda liando en las revistas del corazón como en Inglaterra. Yo opino más bien lo contrario: ya que van a vivir del morro, por lo menos que entretengan al vulgo, como todos los demás parásitos. De hecho, el mayor problema de la relativa invisibilidad de la monarquía española, es que al final justifica que mucha gente que conozco, incluso la racional, se autoproclamen «juancarlistas»; «republicanos pero». No dudo que el tipo sea un encanto, como no dudo que haya habido algún dictador en la historia capaz de contar buenos chistes, pero, evidentemente, nada de esto legitima su figura política.
Si tú también piensas que no hay «campechanez» en el mundo capaz de justificar la pervivencia de un sistema arbitrario y obsoleto, basado en la última voluntad de un dictador, te invito a unirte a la cacerolada difundida a través de Internet, esta noche, a las 21:00, durante el discurso del Rey.
Pero, por aquel entonces, fui dándome cuenta poco a poco de que el Antiguo Testamento, debido a su versión manifiestamente falsa de la historia del mundo, con su Torre de Babel, el arco iris como signo, etcétera y al hecho de atribuir a Dios los sentimientos de un tirano vengativo, no era más de fiar que los libros sagrados de los hindúes o las creencias de cualquier bárbaro.
Me resulta difícil comprender que alguien deba desear que el cristianismo sea verdad, pues, de ser así, el lenguaje liso y llano de la Biblia parece mostrar que las personas que no creen —y entre ellas se incluiría a mi padre, mi hermano y casi todos mis mejores amigos— recibirán un castigo eterno.
Y ésa es una doctrina detestable.
La persona que no crea de manera segura y constante en la existencia de un Dios personal o en una existencia futura con castigos y recompensas puede tener como regla de vida, hasta donde a mí se me ocurre, la norma de seguir únicamente sus impulsos e instintos más fuertes o los que le parezcan los mejores. […] Luego, de acuerdo con el veredicto de las personas más sabias, halla su suprema satisfacción en seguir unos impulsos determinados, a saber, los instintos sociales. Si actúa por el bien de los demás, recibirá la aprobación de sus prójimos y conseguirá el amor de aquellos con quienes convive; este último beneficio es, sin duda, el placer supremo en esta Tierra. Poco a poco le resultará insoportable obedecer a sus pasiones sensuales y no a sus impulsos más elevados, que cuando se hacen habituales pueden calificarse casi de instintos.
Estos son algunos de los fragmentos de la Autobiografía (1877) de Charles Darwin mutilados por su esposa, quien juzgó que estaban escritos «con demasiada libertad». Sólo a partir de 1950 se recuperó la versión íntegra del texto. En castellano, se puede encontrar editada por Laetoli.
¿Sabéis quién dijo que todo es relativo? Albert Einstein: el mejor inventor de la historia.
Mi profe, ayer, en otro arranque de lucidez, quiso despedir el trimestre explicándonos que la realidad no existe, que cada cual la interpreta a su manera, etcétera. La frase es literal y quizás no la tontería más grande que ha soltado desde octubre, aunque cueste creerlo. Con esto dan comienzo oficialmente mis vacaciones (¡vacaciones!). Si notáis que baja el ritmo por mi parte, es porque la Bartola y yo necesitamos retomar nuestra intimidad (¡vacaciones!).
En las paredes de mi casa, cuelgan una serie de láminas con ilustraciones de distintas aves. Nunca me había preocupado por saber quién era su autor, hasta que hace unas semanas, celebrando el bicentenario de Darwin entre bites y vínculos web, me extrañó que el célebre biólogo tuviese además tal dominio del dibujo y las técnicas de grabado. En efecto, las ilustraciones incluidas en los libros de Darwin eran realizadas por distintos grabadores. En el caso de la Zoología del viaje del HMS Beagle, el tomo sobre ornitología al que pertenecen las láminas de mi casa, fue ilustrado, principalmente, por Elizabeth Gould y escrito por su marido,John Gould, ornitólogo y colaborador de Darwin.
Mimus melanotis (ahora llamado Nesomimus melanotis) y Sylvicola aureola.
Elizabeth Gould comenzó su trabajo como ilustradora gracias a la iniciativa John. Él la animó a recibir clases de Edward Lear, colaborador suyo y autor de algunas de las ilustraciones de sus libros. Desde entonces Elizabeth fue perfeccionando su técnica y estilo, llegando a elaborar más de 600 litografías e ilustraciones para los primeros libros de John, como: A Century of Birds from the Himalaya Mountains (1832), The Birds of Europe (1837), A Monograph of the Ramphastidae (1834), A Monograph of the Trogonidae (1838), Icones Avium (1938) o The Birds of Australia (1838).
Pericrocotus Brevirostris y Tragopan Hastingsii.
Zoology of the Voyage of HMS Beagle, es una obra divida en cinco partes de varios autores, coordinada y editada por Charles Darwin. Recoge las observaciones y descripciones referentes a zoología, recogidas durante su viaje a bordo del Beagle, entre los años 1831 y 1836. No se debe confundir con The Voyage of the HMS Beagle (también conocido como Journal and Remarks), el diario de viaje de Darwin y una de sus obras más conocidas. Este viaje de 5 años fue fundamental para el trabajo de Darwin. Gracias a él se labró una reputación como geólogo y científico y comenzó a desarrollar su teorías sobre la evolución, que publicaría dos décadas más tarde como On the origin of species (1859). La publicación sobre zoología contiene ilustraciones impresionantes relacionadas con sus 5 temas estructurales: fósiles de mamíferos, mamíferos, pájaros, peces y reptiles. El tercer tomo, sobre ornitología, fue el escrito por John Gould e ilustrado por su esposa. En Darwin Online podéis ver y descargaros la obra completa.
Tanara Darwini (podéis adivinar de dónde viene su nombre) y Pyrocephalus nanus.
También resultan muy recomendables las ilustraciones de The Birds of Australia, una obra de 7 tomos escrita por John Gould que podéis visitar online aquí. Su mujer lo acompañó en su viaje a las antípodas entre 1838 y 1840, pero moriría poco tiempo después de fiebre puerperal, con 8 partos a sus espaldas. Tras la muerte de Elizabeth, John contrató a otro ilustrador llamado Henry C. Richter. Los dibujos que Elisabeth había realizado en Australia fueron reproducidos como litografías por Richter y publicados bajo su nombre. El trabajo de la autora quedó así totalmente eclipsado, cuando no atribuido por completo a su marido. Lo cierto es que resulta difícil establecer el límite de la colaboración entre ambos: la mayoría de las ilustraciones que he encontrado aparecen bajo el nombre de John, sin que quede constancia, sin embargo, de que el ornitólogo tuviese algún interés por el dibujo o el grabado. Por otra parte, parece que las primeras litografías fueron elaboradas por Elizabeth, principalmente, a partir de apuntes de su marido. De un modo u otro, sirva esta entrada para reivindicar la aportación de la autora y daros a conocer estos magníficos libros.