El efecto Leidenfrost

(Esta anotación se publica simultáneamente en Amazings.es)

El efecto Leidenfrost —llamado así en honor a Johann Gottlob Leidenfrost, quien lo describió en A Tract About Some Qualities of Common Water, en 1756— es un fenómeno por el cual un líquido que entra en contacto con un sólido a una temperatura superior a la temperatura de ebullición de dicho líquido, se evapora mucho más lentamente que si esta temperatura fuese inferior.

Puede verse de manera sencilla con un experimento casero. Nos armamos con un vaso de agua del grifo y una cacerola. Ponemos la cacerola al fuego y esperamos a que se caliente. Si echamos agua en su interior cuando la temperatura del metal es inferior a la temperatura de ebullición del agua (unos 100 ºC dependiendo de diversos factores), las gotas de agua se evaporarán lentamente. Si, en su lugar, lo hacemos cuando la cacerola ha alcanzado los 100 ºC o más, las gotas se evaporarán rápida y ruidosamente. En cambio, si seguimos aumentando la temperatura hasta superar el punto Leidenfrost, las gotas resbalan por la superficie de la cacerola, evaporándose muy lentamente.

Dicho efecto sucede porque, al entrar en contacto con la cacerola a una temperatura tan alta, una pequeña capa de agua se vaporiza instantáneamente actuando como aislante entre la superficie sólida y el líquido.

De esta manera, la gota de agua planea de forma errática sobre la cacerola, evaporándose muy lentamente gracias al aislamiento que le proporciona el vapor. A continuación podemos ver un vídeo del experimento.

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El punto Leidenfrost no es fácil de calcular a priori, ya que depende de infinidad de factores tales como las propiedades de la superficie y las impurezas del líquido. Sin embargo, de forma aproximada podemos decir que el punto Leidenfrost del agua se sitúa aproximadamente en los 160 ºC.

El efecto Leidenfrost es el responsable de que podamos meter la mano en plomo líquido sin que nos pase nada (como ya comprobaron los Cazadores de Mitos) [¡Peligroso! ¡No intentar en casa!], o de que podamos meter la mano en nitrógeno líquido como en el siguiente vídeo [¡Tan peligroso o más que lo anterior!].

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Como hemos visto, el autor del vídeo introduce su mano en nitrógeno líquido (a una temperatura por debajo de -196 ºC, la temperatura de ebullición del nitrógeno) y no le ocurre absolutamente nada. De nuevo juega un papel fundamental el efecto Leidenfrost. Su mano se encuentra a una temperatura muy por encima de esos -196 ºC y por tanto se sitúa por encima del punto Leidenfrost. Así, cuando la introduce, una fina capa de nitrógeno alrededor de su mano se vaporiza instantáneamente y la protege durante un pequeño intervalo de tiempo de una congelación segura.

Mozart y las funciones armónicas

Dentro de la armonía tonal, se designan los grados de la escala como cada una de las siete notas que la forman. Por ejemplo, en la tonalidad de Do Mayor: do, re, mi, fa, sol, la y si; en la tonalidad de La menor: la, si, do, re, mi, fa y sol. Y se etiquetan con números romanos: I, II, III, IV, V, VI y VII, respectivamente. Sobre estos grados, se forman acordes por superposición de intervalos de tercera, y cada uno de estos acordes tiene una función dentro de la tonalidad:

  • I -> Tónica
  • II -> Subdominante de segundo grado
  • III -> Tónica de tercer grado
  • IV -> Subdominante
  • V -> Dominante
  • VI -> Tónica de sexto grado
  • VII -> Dominante de sensible

Toda esta breve explicación que no tiene mayor pretensión que la de servir de introducción, no ha sido más que una excusa para lo que os presento a continuación. Cada una de estas funciones armónicas, por su sonoridad, tienen diferentes caracteres. En los siguientes vídeos, se ponen de manifiesto estos caracteres de forma gráfica: se toman dos obras de Mozart y se van poniendo caras a los diferentes grados por los que pasa la música. Curioso cuando menos.

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Cerveceros por adaptación

La búsqueda de agua potable se remonta a los orígenes de la civilización. Tan pronto como se formaron los primeros asentamientos humanos, enfermedades de transmisión hídrica como la disentería se convirtieron en un importante obstáculo para la población. Durante gran parte de la historia de la humanidad, la solución a este problema crónico de salud pública no consistió en potabilizar el agua. La solución fue beber alcohol. […] Cualesquiera que fuera los riesgos que planteara para la salud la cerveza (y más tarde el vino) en los primeros días de asentamientos agrícolas, las propiedades antibacterianas del alcohol servían para contrarrestarlos. Era mejor morir de cirrosis del hígado a los cuarenta años que de disentería a los veinte. Muchos historiadores de inspiración genetista opinan que la confluencia de la vida urbana y del descubrimiento del alcohol generó una presión de selección masiva en los genes de todos los humanos que abandonaron el modelo de vida cazador-recolector. Al fin y al cabo, es bien sabido que el alcohol es un veneno mortal y adictivo. Para digerir grandes cantidades de esta sustancia, es necesario que el organismo sea capaz de incrementar la producción de unas enzimas llamadas alcohol dehidrogenasas, rasgo regulado por un conjunto de genes situados en el cromosoma cuatro del ADN humano. Muchos de los primeros agricultores carecían de ese rasgo, por lo que eran genéticamente incapaces de “retener su alcohol”. En consecuencia, muchos morían a una edad temprana sin haber tenido hijos, ya fuera por el abuso del alcohol o por las enfermedades transmitidas a través del agua. A lo largo de varias generaciones, el banco genético de los primeros granjeros fue quedando bajo el dominio de los individuos capaces de beber cerveza con regularidad. La mayoría de la población del mundo actual desciende de aquellos primeros bebedores de cerveza, y hemos heredado en gran medida su tolerancia genética al alcohol […]. Los descendientes directos de los cazadores-recolectores, igual que muchos indios americanos y aborígenes australianos, nunca se vieron forzados a superar ese obstáculo genético, razón por la cual hoy en día muestran desproporcionados índices de alcoholismo […]: sus ancestros no vivían en ciudades.

(Steven Johnson, escritor de divulgación científica, en El mapa fantasma)

Todo esto explicaría por qué no existen ciudades sin bares y, en parte, por qué presumir de haber ingerido diecishiete copas y sheish chupitoh se suele aceptar como una prueba de hombría (y no de imbecilidad supina). Otra posible explicación, también basada en la selección natural, bien podría ser esta:

Labios que toquen el alcohol, no catarán los nuestros.

Puratura ya está listo

Ya está aquí, ya llegó: por fin tengo un portfolio digital y todo marcha según mis planes. Durante las últimas semanas, he estado trabajando en el diseño de la web que Iñaki se ha encargado de programar. Para ello hemos utilizado un gestor de contenidos, lo que facilitará futuras actualizaciones. Evidentemente, el trabajo no está aún terminado: tengo pensado añadir un blog y, probablemente, acabaré uniéndome a las huestes de twitter. Pero esas brevas caerán con el tiempo: de momento, puratura es una galería por la que podéis pasearos tranquilamente, consultarme si os interesa alguna obra y comentar lo que os apetezca a través del formulario de contacto. En definitiva: se trata de mi presentación como artista y diseñadora gráfica. Espero veros por allí. Por ahora, y para abrir boca, os dejo algunas de mis imágenes preferidas.

fototura / otras. Paisaje de Estambul.
fototura / analógica. Fotograma.
escultura / hierro. Variación III. escultura / máscaras. Saturno.
diseñatura / diseño editorial. Primera ilustración del cuento.