Las cuentas no cuadran en el océano profundo, el mayor ecosistema del planeta

(Esta ano­ta­ción se pu­bli­ca si­mul­tá­nea­men­te en Ama­zings.​es)

En cierto sentido, los oceanógrafos son como los macroeconomistas. También ellos estudian intercambios a gran escala que, por eso mismo, no se pueden cuantificar de forma independiente (la suma tendría infinitos factores). También ellos utilizan balances y estimas para acercarse a una red de relaciones compleja en la que intervienen infinidad de variables, muchas de las cuales se desconocen y otras tantas que ni siquiera creemos ignorar.

Existen, no obstante, dos diferencias fundamentales entre ambos colectivos: (1) al contrario que los expertos en capitalismo, ningún oceanógrafo en su sano juicio piensa que los recursos de carbono y oxígeno de su contabilidad puedan crecer indefinidamente; (2) hasta la fecha, las predicciones de los oceanógrafos no han causado ninguna crisis a nivel mundial debida a la burbuja del fitoplancton (crucemos los dedos).

De hecho, el material de construcción de los océanos (la base de toda su economía), no es el ladrillo, pero hasta hace poco se creía que sí provenía de una sola fuente: la capa fotosintética del océano. Esto es: la capa superior de la columna de agua, de unos 200 metros de profundidad y la única a la que llega la energía solar. Esta es necesaria para que el fitoplancton y las algas puedan asimilar el CO2 disuelto en el agua (proveniente en gran parte de la atmósfera) y generar oxígeno y materia orgánica (de hecho, son las responsables de casi dos terceras partes de toda la actividad fotosintética del planeta). Es lo que se conoce como producción primaria del océano.

Toda esta materia orgánica es consumida por distintos organismos dando lugar al proceso inverso: la respiración. Si antes decíamos que la producción consiste en sumar agua, más CO2 y energía para obtener carbohidratos y liberar oxígeno, la respiración permite volver a oxidar esos carbohidratos y recuperar parcialmente la energía invertida anteriormente, liberando CO2. Parte de este CO2 regresa, a su vez, a la atmósfera aunque por el momento los océanos están funcionando como sumideros de CO2 (es decir, por el momento el flujo de CO2 de la atmósfera al océano es mayor en este sentido que en el contrario, pero el cambio global podría invertir la situación). Por otro lado, una porción del carbono se sedimenta en el fondo marino. Gracias a ello hoy contamos con depósitos de petróleo y gas que tardaron millones de años en producirse.

Antes mencionábamos que, al contrario que los economistas, los oceanógrafos trabajan con presupuestos acotados (budgets en inglés). Como es evidente, no pueden saber cuántas algas comen al día todos los cangrejos del mundo. Ni cuántos cangrejos son digeridos por cada pez de cada especie. En cambio, hay huellas que son más fáciles de rastrear, documentos y facturas que testimonian los intercambios que allí han tenido lugar. Así, podemos medir la cantidad de oxígeno o de CO2 disuelto en el agua, averiguar cómo reaccionan estos valores en distintas circunstancias (con más o menos luz o temperatura, por ejemplo) e intentar aplicar estos datos a un ecosistema tan vasto y complejo como es el océano. Con ello se pretende deducir cuántos bichos hay ahí abajo, de qué se están alimentando y quién tiene que pagar la cuenta al final de la cena (no sabemos si el océano podrá seguir absorbiendo CO2 de la atmósfera indefinidamente).

Evidentemente, se trata de contabilidades complejas en las que entran en juego demasiadas variables (y algunas más que ni imaginamos). El gran problema es que, en el océano profundo, los errores de nuestras cuentas son del orden del 300%, como poco y tirando a optimistas (según otras estimas podrían rondar el 700%). Según los datos que se tienen sobre el consumo de oxígeno (la respiración), allí abajo debería haber una cantidad de materia orgánica bastante superior a la estimada: si hay mucho gasto, tiene que haber alguien comprando cosas. Pero, según los libros de texto, toda la producción primaria proviene de la capa superior del océano y esta no es suficiente ni de lejos para mantener la respiración que hemos contabilizado. Una de dos: o no sabemos contar o… los libros de texto están mal y nos encontramos ante una economía sumergida comparable a la industria de la Coca Cola (el 80 % de la respiración tiene lugar por debajo de los 800 m y el 10 %, por debajo de 4500 m).

Es decir: es posible (como advierte Carlos Duarte, su hipótesis es poco ortodoxa) que en el océano profundo, en ausencia de luz, se esté produciendo materia orgánica a partir de CO2 gracias a la quimiosíntesis efectuada por arqueas y bacterias cuyo repertorio metabólico desconocemos. Precisamente por eso, uno de los objetivos de esta expedición es explorar la biodiversidad y el funcionamiento de esta zona oscura del océano y hacer un inventario genómico de todo lo que se vaya encontrando. Las consecuencias de descubrir novedades en esta materia podrían ser impredecibles para el sector energético entre otros.