(Esta entrada se publica simultáneamente en Sonicando, a raíz de esta iniciativa)
Cada día, antes de las 5 de la madrugada, comenzaban las primeras maniobras: se daban todo tipo de redes, varias rosetas a distintas profundidades, botellones y lo que tocase en función del tipo de estación en que nos encontrásemos. Estos trabajos en cubierta solían abarcar toda la mañana. Por las tardes, el Hespérides reanudaba su marcha y la intensa actividad se trasladaba a los laboratorios. Allí se archivaban, procesaban y catalogaban todas las muestras y los datos recogidos por la mañana. Sin parar hasta las 20:30, cuando debían asistir a la reunión: en la sala de científicos y bajo la dirección del jefe científico, se comentaban las incidencias del día, se programaban los trabajos del día siguiente y, ocasionalmente, algún compañero daba una pequeña charla sobre el trabajo que estaba realizando a bordo. La reunión solía terminar una hora más tarde. A esa hora, incluso, algunos aún volvían a los laboratorios hasta más allá de las 12. Desconozco cuando dormían.
No digo, claro, que toda esta actividad fuese llevada a cabo simultáneamente por todos los científicos todos los días. Aunque, después de un mes observando su trabajo, llegué a admirar sinceramente la dedicación de estos científicos, sólo Superman y, quizás, Chuck Norris habrían sido capaces de sobrellevar, durante todo un mes, semejante rutina. No obstante, la cantidad de trabajo era, sin duda, desmedida, por lo que, hacia la mitad de la primera etapa de esta Expedición, cada grupo empezó a echar cuentas sobre las horas que duraba su jornada, de cara a corregir los posibles excesos de los protocolos y rutinas establecidas. El resultado no sorprendió a muchos: la mayoría de ellos dedicaba a su trabajo alrededor de 14 horas al día (algunos más). Sin fines de semana, ni festivos. En el Hespérides se trabajó hasta el único día del año en que cierran los periódicos: hasta el 1 de enero.
Quizás este inicio del relato pueda sonar más reivindicativo de lo que en realidad pretende ser. Semejante ritmo de trabajo podía resultar razonable dadas las circunstancias, ya que una expedición de este tipo implica la movilización de unos recursos que hay que aprovechar al máximo, aun a costa de ciertos sacrificios. A fin de cuentas, los propios investigadores son los más interesados y los que mejor valoran la información que obtienen en una campaña así.
Sin embargo, si este esfuerzo se veía recompensado por los logros obtenidos, personalmente me sorprendió que no se correspondiese, también, con cierto reconocimiento económico. A fin de cuentas, los científicos también comen y cagan, no sólo viven de “satisfacciones espirituales”, por increíble que parezca. Resulta difícil hacer generalizaciones, porque los investigadores, doctorandos y técnicos participantes en la expedición procedían de universidades e instituiciones españolas muy distintas, se encontraban en momentos de su formación diferentes y trabajaban bajo condiciones también variopintas. Pero las historias de terror que me contaban en sus ratos libres me dejaban helada.
Algunos doctorandos no estaban cobrando nada en absoluto por su trabajo. Otros, estaban terminando su tesis con el dinero del paro. Por lo que sé, ninguno estaba cobrando un duro más por pasar la Navidad en un buque lejos de su casa haciendo horas extra por los cuatro costados (si bien algunos afortunados percibían dietas, moderadas eso sí, por el viaje). Los doctorandos de Barcelona se hallaban en una situación especialmente precaria: me contaron que las tasas de su matrícula habían aumentado casi un 400 % en el último año. Tras negarse a pagar semejante atraco injustificado, se encontraban en vilo: a la espera de que sus protestas diesen su fruto y, entre tanto, “indocumentados”. Por otra parte, tampoco los doctores se hallaban en condiciones mucho más envidiables. Postdocs haciendo el trabajo de técnicos, investigadores recordando con nostalgia aquel país extranjero donde les ofrecían un sueldo que duplicaba el que tienen aquí…
La verdad es que me sorprendió. Pero sobre todo, me dio rabia. Tenía ante mí algunas de las personas con más formación de nuestro país, con una preparación y una capacidad sobradamente demostradas. Para llegar hasta donde estaban, cada uno de ellos había pasado por montones de tribunales, exámenes y pruebas. Todos habían demostrado la iniciativa necesaria para echar mil solicitudes y conseguir las condiciones que les permitieran seguir investigando. Todos habían viajado y pasado varios años en el extranjero (algunos eran verdaderos Willy Fog), por lo que la mayoría eran bilingües, aunque alguno hablaba hasta 6 idiomas. Todos tenían la constancia suficiente para seguir formándose perpetuamente.
Para llegar hasta donde estaban… En muchos casos, un trabajo incierto, precario y mal remunerado. Y luego alguien se sorprende de que los “cerebros” se fuguen. Por algo los llaman “cerebros”.
Es triste, pero no sorprende. Supongo que Spain is different.