En defensa de la falacia lógica

Todo esto de las falacias lógicas está muy bien. Muy interesante y tal: conocerlas, aprender a ser mejores argumentadores… Bonito y loable propósito. No, lo digo totalmente en serio. Estos 10 mandamientos de  la lógica deberían estar grabados a fuego en nuestras mentes, especialmente en la de aquellos que influyen diariamente en la opinión pública, nos dirigen o nos educan.

Los escépticos son (somos) muy dados a denunciarlas. Aquí, Rinze es uno de nuestros grandes exponentes: véase esto, esto y esto. Imaginamos un mundo de razón pura con elegantes argumentadores de blanco corcel batiéndose en duelos dialécticos que nos acercan, a todos, poco a poco, a la Verdad. Qué noble, qué constructivo, qué caballeresco. ¡Ah!… y qué gafapasta queda.

—Disculpe, vuesa merced; tenga a bien evitar el avieso ardid de utilizar un hombre de paja contra mi último razonamiento.
—Hállome culpable. Mas no habría incurrido en tan magna treta de no haber rechazado usted mi argumento previo utilizando un ad hominem tan vulgar.
Touché.

No obstante, yo vengo aquí, como reza el título, a defender la falacia lógica. Más concretamente, a defender que su uso, con conocimiento de causa, no es solo defendible, sino conveniente —cuando no absolutamente necesario— en determinados casos. El mundo idealizado anteriormente descrito es maravilloso cuando nos encontramos entre iguales: es a lo que toda discusión bien fundamentada entre personas con los suficientes conocimientos debería aspirar. Pero este escenario no siempre se da —raramente se da, me atrevería a decir—.

¿Qué ocurre cuando una de las partes implicadas se limita a decir tonterías sin sentido, cuando los argumentos brillan por su ausencia por el simple hecho de que uno de los interlocutores es incapaz de hilar dos pensamientos sin una falacia como nexo? Sirva lo siguiente como ilustración: ¿qué ocurre cuando una persona de ciencia intenta razonar con un homeópata? En estas ocasiones, un buen hombre de paja, por ejemplo, viene al pelo para poner debidamente en contexto el tamaño de una soplapollez. Esto es así: o jugamos con las mismas reglas, o la batalla está perdida. Siempre.

No participar en la locura

Leí hace ya tiempo en (ese periódico que se ha quedado con el nombre de lo que antes era) El País que los cerrajeros de Pamplona habían acordado no participar en más desahucios. Los motivos… tener empatía, supongo. Pero además, parece que su intervención en estos turbios asuntos ha tenido que aumentar demasiado en los últimos tiempos: de un desahucio al mes, a tres semanales. Y eso que Pamplona no es, precisamente, una de las regiones de España más afectadas por la crisis.

Entre tanta mierda cotidiana, el gesto sorprende. Porque… evidentemente, la responsabilidad de un desahucio no es del cerrajero. Él, como buen artesano, apenas cumple con su trabajo. Ni tampoco de los policías que acuden al domicilio, simples funcionarios. Ni del juez, que sólo aplica las leyes. Ni del currito del banco, que firma el formulario de turno. Ni siquiera del político que obedece la disciplina de voto de su partido. Al final, la responsabilidad no es de nadie, sino del monstruo: de esa «cosa»  que somos todos y que es peor que nadie. Y por eso sorprende cuando algún valiente intenta arrancarle las escamas, de una en una.

Tuve un profesor de filosofía al que le gustaba repetir que si mañana todas las señoras y señores de Madrid saliesen a la M30 a hacer un picnic, la M30 dejaría de ser una autopista. Bastaría con que todos ellos olvidasen para qué sirve el asfalto. Y si mañana, todos nosotros olvidásemos para qué sirve la «deuda», los «intereses», «avales», etcétera, nos parecería una puta locura que unos señores con demasiadas casas que no pueden vender le quitasen la suya a otro señor que no tiene otro lugar en el que vivir. Nos parecería una puta locura que la gente siguiese votando cada cuatro años a los mismos representantes que considera corruptos, tramposos y nocivos en general. Nos parecería una puta locura que la riqueza se redistribuya para ir concentrándose en cada vez menos manos, de los que más tienen.

A veces me pregunto cuántas veces está en nuestras manos negarnos a participar en la locura. Analizar las consecuencias de cada acto, de cada elección y procurar que el motivo último no sea la inercia, la responsabilidad diluida, el «no es cosa mía» o «el mundo funciona así». El mundo, el «sistema», es eso que somos todos… por eso no entiendo muy bien por qué, últimamente, parece peor que nadie.

De becas, ricos y excelencia

Como todo sufrido español, habréis leído hace tiempo (tanto como hace que yo debería haber escrito esto) que en España, quien saque menos de un 6,5* y no tenga pasta recibirá oficialmente el diploma de «Idiota» y no requerirá, por tanto, otra titulación universitaria. Más allá de la dificultad que pueda entrañar este requisito, la trampa está, claro, en el «y no tenga pasta». A fin de cuentas, hay muchos motivos para sacar un 6,5 de media. Por ejemplo: tener que trabajar (más bien intentarlo, siendo joven en España) o pasar un mal año por el motivo que sea. Pero el verdadero criterio que separa al que aprueba con un 5 o es expulsado de facto con un 6,4 es ser o no candidato a una beca: tener menos o más pasta.

Pero dejemos las falacias de Wert para que las analicen en primaria. Resultan más interesantes las de «el otro lado». Porque, si bien es cierto que el 6,5 no demarca el límite de la nulidad intelectual, tampoco es justo tachar de «ricos» a todos los que no tienen una beca MEC, (y de «pobres» víctimas esforzadas a todos los que sí la tienen). Podéis leer los distintos requisitos económicos de las MEC aquí: pero yo diría que ninguno de los casos frontera encaja en la definición estándar de «rico». De hecho, y esto es lo grave: este año, debido al aumento de las tasas universitarias, miles de alumnos (sin beca, se supone) se han visto al borde de la expulsión de la universidad, independientemente de su rendimiento académico y con las asignaturas ya cursadas.

Por eso mismo, no me parece una locura que el rendimiento académico se valore, si el objetivo es distribuir más justamente unas ayudas que no siempre llegan a todos los que las necesitan. No sólo eso: se podría ir aún más lejos para obtener un reparto verdaderamente gradual. A fin de cuentas, TODO estudiante universitario está becado en un 80 % de lo que realmente cuesta su formación. Y todos conocemos demasiados casos, de demasiada gente, que ni «merece» esa ayuda ni la necesita (alumnos, con o sin pasta, que no desean aprender, que tienen el 5 por filosofía de vida, cuyo único fin es sisar un título cumpliendo el trámite de la carrera…). Por otra parte, creo que establecer incentivos económicos al esfuerzo académico sí es una forma de fomentar los buenos resultados: de hecho, las matrículas de honor tienen esta finalidad y no creo que ni el más rico de los «brillantes» merezca ser excluido de esa apetecible meta. No sé cuál sería el sistema ideal, pero pongamos que, en función de la renta (como primer requisito, claro) y la nota media, un alumno pudiese llegar a pagar entre el 100 % o el 0 % de la matrícula, o recibir una ayuda adicional. Pongamos que el objetivo fuese distribuir más justamente las ayudas para que llegasen a todos los que las necesitan.

Salvo que el objetivo no es ese, claro. A pesar del aumento de las tasas universitarias, los umbrales económicos y familiares para acceder a las becas no han cambiado ni se han hecho más graduales. Tampoco han aparecido soluciones específicas para solucionar los crecientes casos de impagos de matrícula. Las ayudas no se darán menos «a voleo«: sencillamente, se darán menos. Y, sobre todo en provincias como Madrid, volverá a haber buenos estudiantes que se queden en la calle.

Precisamente nuestra querida capital pepera vuelve a salir a la palestra para demostrar, una vez más, que todo esto no se trata de valorar el «esfuerzo», ni de la redicha «excelencia». De hecho, son precisamente estas becas las que han decidido recortar: las destinadas a alumnos con más de un 9 de media (8 en carreras técnicas). Y de la forma más cutre y arbitraria: excluyendo a los «excelentes» que no han cursado 2º de Bachillerato en Madrid y a los que no consiguieron o solicitaron la beca desde primero de carrera. Porque ni los de provincias ni los que mejoran merecen ser ayudados. Porque cualquier excusa podría ser buena.

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*Tras presiones de distintos tipos, Wert reculó un poco y el requisito para obtener la beca básica, la que cubre las tasas universitarias, bajó a un 5,5 de nota. Pero para acceder a otras ayudas (beca de desplazamiento o beca salario) se mantienen igual (6,5). En estos casos, además, los requisitos económicos son más duros: se establecen 3 umbrales distintos para acceder a las posibles ayudas (beca general, movilidad, alojamiento…).

Lógica PPera

Hago notar que, con o sin Gibraltar, con o sin JJOO, el caso Bárcenas sigue ahí. Recordemos que, en anteriores entregas de Por un puñado de dólares

  • En febrero se desata el escándalo.
  • En abril, Bárcenas presenta una denuncia contra el PP por el robo de sus ordenadores. El juez la desestima.
  • Por fin en agosto, el juez decide que es un buen momento para auditar los ordenadores que utilizó el extesorero. Cospedal afirma que están custodiados en la sede del PP.
  • El PP entrega al juez un ordenador SIN disco duro y otro con el disco cambiado. ¡Oh, sorpresa!
  • Justifican la destrucción del disco duro con el «artículo 92.4 de la Ley de Protección de Datos, que señala que cuando un trabajador deja su puesto, los documentos o datos deberán destruirse o borrarse para evitar el acceso a información contenida en el mismo. Pero esta ley hace referencia a los datos «de carácter personal»».
  • Según la lógica aplastante del PP, la información contenida en el famoso pendrive de Bárcenas tiene que ser falsa porque habría sido extraída de ese ordenador (el del disco destruido) y este carece de puerto USB. JAQUE MATE, pensaría el lumbreras al que se le ocurrió.

Ahora el abogado de Cospedal, Adolfo Prego, hace gala de una lógica similar. Atención:

[Adolfo Prego] ha asegurado que el extesorero del PP Luis Bárcenas «eliminó» y «sustituyó» el disco duro de su ordenador «unos días antes» de que llegara a España la comisión rogatoria de Suiza que dio a conocer su «tesoro gigantesco de millones de euros». Según ha añadido, Bárcenas «colocó» otro disco duro de una «virginidad total» que «no contenía absolutamente nada» y es el que destruyó el PP.

No tiene fundamento acusar al PP de «destruir pruebas» porque eso «presupone que en el interior había pruebas» y «no hay ninguna prueba de que hubiese pruebas».

Ojo, cuidado. Lo repito: no hay ninguna prueba de que hubiese pruebas. Y añado: y no hay ninguna prueba de que no hubiese pruebas. Que digo yo, que el disco será una prueba independientemente de lo que contenga. ¿Y para qué destruir un disco de una «virginidad total»? Pero déjenlo, será que soy muy retorcido…