El Mesías de Händel

Este martes, 14 de abril, se celebrará el 250 aniversario de la muerte de Georg Friedrich Händel y no quería desaprovechar la oportunidad de presentaros a este excepcional compositor barroco.

Al contrario de lo que la contemporaneidad nos vende, algunos clásicos lo han sido desde siempre. Händel gozó de renombre internacional ya en vida, y su fama jamás se ha eclipsado hasta el día de hoy. Su carácter cosmopolita y popular es sin duda lo que mejor lo define: a pesar de su origen alemán, componía óperas al estilo italiano (el estilo de moda en la época) y terminó por adoptar la nacionalidad inglesa, pues fue en este país donde desarrolló la mayor parte de su obra. Todo ello fue posible gracias a sus constantes viajes por Europa y a su variada formación.

El Oratorio inglés, su aportación fundamental a la Historia de la música, es también fruto de la mezcla de distintos estilos y de un afán por llegar a un público más amplio: desde 1729 Händel estaba a cargo de un teatro, al que destinaba su producción operística. No obstante, debido a diversos problemas económicos, decidió probar con otros géneros menos caros y más cercanos al potencial público inglés de clase media. Para ello tomó una forma musical religiosa italiana, la adaptó al inglés, le dio el carácter «espectacular» propio de las óperas de la época, y añadió sus característicos coros, con influencias de la música inglesa y de la tradición luterana alemana. Como resultado, el oratorio inglés es una pieza dramática que, a diferencia de la ópera, no requiere representación escénica, trata un tema religioso (generalmente del Antiguo Testamento), pero se presenta como un entretenimiento profano, y, a pesar de sus influencias multiculturales, pronto se convirtió en un símbolo nacional de la música inglesa, gracias a su gran popularidad.

El Mesías, precisamente un oratorio, es la obra más conocida de Händel. Fue compuesto en apenas tres semanas y se estrenó en Dublín en 1741. A pesar de su argumento, la mayor parte del libreto está tomado del Antiguo Testamento y consta de tres secciones distintas: El Nacimiento, la Pasión y las Secuelas.

Una anécdota curiosa sobre este compositor es que la mayor parte de sus obras no hubiesen sido posibles bajo las leyes de propiedad intelectual que rigen en la actualidad: Händel tomaba la mayor parte de sus temas musicales de obras escritas anteriormente, tanto suyas como de otros compositores, plagios que mejoraban con creces, eso sí, el material original. Se ha conjeturado que acudía a este recurso para superar el «temor» a la partitura en blanco. En cualquier caso, eran prácticas plenamente aceptadas en la época y, de no haber sido por Händel, toda esa música, plagiada o mejorada, habría quedado en el olvido.

Canción de la India, de la ópera Sadko Op.5 de Rimsky-Korsakov

Ver vídeo

Una de las características del nacionalismo ruso fue su interés por lo oriental, precisamente aquella vertiente de su propia cultura que los distinguía del resto de Europa. Ejemplos sonados  de este interés son obras como Scheherazade, de la que ya hablamos en su día, o Islamey de Mili Balakirev, pero hay cientos de ellos. Esta aria y su exquisita orquestación, propia de su autor, nos transportan de inmediato a la India y sus exóticos encantos.

En 1867 Nikolai Rimsky Korsakov escribió un poema sinfónico titulado Sadkó. Posteriormente, lo revisaría en varias ocasiones y, por fin, en 1897 estrenó en Moscú la ópera que hoy nos ocupa. Él mismo escribió el libretto con ayuda de otros colaboradores, pero quizás su peculiar forma musical en 7 actos, algo inconexa, es deudora de la forma instrumental original. Sadkó está basada en una antigua leyenda rusa. Lleva por título el nombre de su protagonista, un trovador que, ansioso por conocer mundo, abandona su pueblo natal, Novgórod (donde se reían de él) y a su esposa Lubava. El rey de los mares y su hija, la ninfa Volkova, ponen a sus pies los tesoros de los océanos, para que pueda cumplir sus sueños. Cuando prepara su flota cargada de oro, pide a tres comerciantes allí presentes que le describan las bellezas de sus respectivos países, para elegir adónde partir: un normando describe las inhóspitas costas del norte; un indio describe las riquezas y la magnificencia de su patria y, por último, la dulce y simpática barcarola de un veneciano gana el corazón de Sadkó. A este fragmento corresponde el aria que hoy he elegido, (aquí podéis leer la traducción). La ópera finaliza con la vuelta de Sadkó a su patria, cubierto de riquezas y, por fin, respetado.

En el primer vídeo podéis ver la interpretación del tenor Lev Kuznetsov, en el Teatro de Bolshoi. La canción de la India es uno de los fragmentos más conocidos de esta ópera, principalmente por la versión que hizo Tommy Dorsey en estilo de jazz, (último vídeo). Os recomiendo también la Canción del vikingo, cantada con esa voz de bajo profundo tan típica de la música rusa, algunas versiones femeninas de la canción hindú, así como la versión instrumental, mi preferida.

Ver vídeo

La Campanella S.141 de Liszt, sobre un tema de Paganini

Ver vídeo

Hoy hablaremos de Franz Liszt, pianista y compositor húngaro del Romanticismo (aunque, debido a su longevidad, vivió 75 años, muchas de sus últimas obras son más bien postrománticas), conocido principalmente por las dos facetas que le otorgan un papel destacable en la historia de la música: en primer lugar, como gran virtuoso de su instrumento, fue el inventor del recital de piano solista tal y como lo conocemos.  Tanto él como Paganini, fueron los primeros intérpretes-divos del piano y el violín respectivamente (los instrumentos protagonistas del Romanticismo por excelencia, basta con escuchar a Chopin), que realizaron giras  internacionales y llenaron grandes auditorios para exhibir su increíble habilidad. Las primeras obras de Liszt denotan esta faceta virtuosística, de lucimiento y muchos critican su música en este sentido. ¿Hasta qué punto el pianista que Liszt representa es un músico y hasta cuál un mono de feria? Evidentemente, esta crítica no es aplicable a todas sus obras, pero personalmente pienso que muchas adolecen de cierta superficialidad, cierto artificio innecesario y efectista.

La segunda faceta más destacable de Liszt llegó con su madurez. En 1847 aceptó el puesto de director musical del Duque de Weimar. Con una orquesta a su cargo, sus nuevas composiciones se dirigieron cada vez más hacia este nuevo y multitudinario instrumento. A esta época debemos la invención del poema sinfónico, una forma musical programática (con un programa, un hilo «argumental» extramusical) para orquesta. A partir de este punto, su lenguaje musical va evolucionando, alejándose cada vez más de la tonalidad y adentrándose en el Postromanticismo.

La obra que hoy os presentamos se corresponde con su primera etapa, fue compuesta en torno a 1838 (Liszt tenía 27 años) y revisada y publicada de nuevo en 1851. Es una pieza virtuosa, perteneciente a un ciclo de 6 estudios basados en distintos temas musicales de Niccolo Paganini, otro gran prestidigitador, solo que del violín, a quien Liszt admiraba. La Campanella está basada en el movimiento final de su segundo concierto para violín en si menor. El pianista del vídeo es Yevgeni Kissin, capaz de afrontar sin problemas y sudando lo justo, la dificultad extrema que presentan estos estudios. ¡Espero que lo disfrutéis!

¡Que viene el lobo!

Bajar música es como robar un jersey en unos grandes almacenes.

El día que no se respete la propiedad intelectual será la fábrica de ideas y los proyectos los que se devaluarán.

Por culpa de las descargas, “hemos perdido enteros en la calidad del producto” y “el oído —añadió— se va atrofiando y se pierde sensibilidad porque se va acostumbrando a unos ficheros de audio muy comprimidos”.

Teddy Bautista, presidente de la SGAE, años 2004, 2008 y 2009 respectivamente.

descargastape

Campaña contra los abuelos de la piratería, año 1980.

Preveo un marcado deterioro de la música, una interrupción del desarrollo musical del país y gran cantidad de otros daños […] por virtud, o mejor dicho, por vicio, de la proliferación de las máquinas reproductoras de música.

John P. Sousa, año 1906, alarmado ante el peligro que suponían dos innovaciones musicales de finales del siglo XIX: el gramófono y las pianolas.

(Os recomiendo el artículo de Mi guel Ángel Criado para Público en el que está basado esta entrada)

A propósito de la libertad y del ser libre

Se dice: «Heifetz hace lo que quiere con su violín». ¿No será el violín el que hace lo que quiere con Heifetz?

Esto es un piano, dado e inmutable. El chico que quiere ser pianista tiene manos torpes (pero torpe significa siempre disponibilidad, kilómetro cero de innúmeros caminos; ser torpe es ser libre); manos plásticas, la antítesis del teclado que se ríe de ellas con todos sus dientes.

Gradus ad Parnassum, Czerni, arpegios —la técnica. Pero el piano no cambia, se limita a conformar al hombre, a hacer de él un pianista, un hombre-piano, un servidor con libreta negra que corre el mundo. Las manos libres se transforman en manos hábiles para… (Un martillo, un papel de armar tabaco —problemas de otro mundo; la mano del pianista es cada vez más del piano y cada vez menos del hombre).

Todo esto no es una defensa del torpe y del libre inútil (inútil libre) pero me interesa como esponja lavaprejuicios. Ojo con supuestas libertades, Andrés, que no son sino la perfección de la entrega.

Veo así el concierto: el violín se hace llevar por Heifetz, y reposa en el mentón y la mano del criado. Ajustándose estrictamente a la voluntad del señor, el criado cumple los movimientos necesarios para que el violín suene. La poca libertad que le queda a Heifetz, mecánicamente atado a su tirano, se le diluye en la peor servidumbre a los tiranos muertos, las tres B, el italiano misterioso, la jota de Falla, la fuente de Aretusa tusa caricatusa.

(Julio Cortázar, escritor argentino al que idolatro, en El diario de Andrés Fava)