He tocado por encima la música de ese sinvergüenza de Brahms. ¡Menudo bastardo sin talento! Me cabrea que su cacareada mediocridad sea aclamada como genio. En comparación con él, Raff es un gigante, por no hablar de Rubinstein, quien, después de todo, es un ser humano vivo e importante, mientras Brahms es caótico, completamente vacío y seco.
Johannes Brahms fue un pianista y compositor alemán del periodo romántico. Fue uno de los defensores más representativos de la «música pura» (música estrictamente formal, sin referencias extramusicales), frente a la música programática (música con un hilo argumental, defendida entre otros por Richard Wagner). En este sentido se lo considera sucesor de Ludwig van Beethoven, quien influyó notablemente en su obra (si bien a Beethoven se lo considera también el padre de la música programática, debido a la introducción de coros en su Sinfonía No.9… pero es que toda la música posterior a Ludwig, le debe algo).
Tanta fue la influencia del Maestro, que la Sinfonía No.1 de Brahms fue apodada por muchos como décima Sinfonía de Beethoven: Brahms tardó hasta 10 años en componerla y no la publicó hasta 1876, cuando tenía ya 43 años, pues consideraba que era imposible escribir sinfonías ante el legado que había dejado Beethoven: nada podía estar a la altura. Se dice incluso que Brahms había escrito ya otra sinfonía, anterior a la primera, que nunca llegó a publicarse debido a la gran exigencia del autor. Brahms era un perfeccionista y rompía a menudo composiciones que nunca llegaron a ver la luz (abortos así, sí que habría que prohibirlos).
Este perfeccionismo y este formalismo son patentes cuando se analiza una partitura de Brahms. Cada motivo musical tiene una explicación racional, cada armonía, cada desarrollo, es analizable y responde a una decisión «inteligente», creativa, de un problema musical dado. El cuarto movimiento de la Sinfonía No.4, por ejemplo, es un Passacaglia basado exclusivamente en un tema musical que se repite de 32 maneras diferentes, sin que el oyente llegue a percatarse o aburrirse: toda una proeza de recursos y creatividad.
La Sinfonía No.3 (1883) supone un alejamiento del autor respecto a la influencia de Beethoven. Este tercer movimiento Poco Allegretto, ha sido utilizado en varios largometrages y canciones de «música ligera». A propósito del «formalismo» de Brahms, os invito a que analicéis la melodía principal. Tres notas ascendentes, seguidas de otras tres descendentes que mantienen el mismo ritmo pero lo precipitan y acortan de forma abrupta, como en un gemido… toda la melodía está construida sobre este esquema: tres notas sobre las que se levanta un movimiento sinfónico entero. La interpretación de hoy corresponde a Semyon Bychkov al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Colonia.
Más tomate. Brahms debió su fama en vida a su «descubridor», Rober Schumann, de quien ya hablamos la semana pasada. Ambos mantuvieron una buena amistad, pero Brahms se sentía especialmente ligado a la esposa de Robert, Clara Wieck Schumann. Era él quien la apoyaba principalmente durante las crisis nerviosas que sufría Robert, sobre todo al final de su vida. Como tenía que pasar, Brahms se enamoró de Clara Wieck, aunque sólo fuera de forma platónica: siempre le enseñaba sus obras a ella y muchas fueron estrenadas por la genial pianista. Quizás fue este el motivo por el que terminaron por distanciarse.
Patxi López ha sido investido como nuevo lehendakari del País Vasco. En un acto cargado de tensión y espectación, López ha optado por leer dos poemas en lugar de realizar un discurso tras jurar su cargo. Además, durante la toma, la Biblia ha sido sustituida por un ejemplar del Estatuto de Gernika y el tradicional aurresku de honor ha sido interpretado por un oboe, en lugar de un txistu. Y como siempre que se toca alguna tradición, las críticas no han tardado en aparecer.
Sin comerlo ni beberlo, en mitad del revuelo que se ha montado se encuentra mi compañero de conservatorio y amigo Iker Orozko, el encargado de interpretar el aurresku —¡menuda responsabilidad!—, excelente oboísta y mejor persona. Muchas cosas se han dicho y más se dirán sobre estos más o menos polémicos detalles de la investidura, pero dejando a un lado ideologías, partidos, símbolos o tradiciones, quiero reivindicar desde aquí el respeto por el músico ante todo. No olvidemos que somos profesionales: él se debía a un cometido y lo ha cumplido con brillantez. Y como el mismo Iker ha dicho en unas palabras para la COPE (que no sé qué narices buscaba entrevistando al encargado de tocar el aurresku), «la música no entiende de políticas ni de fronteras».
He aquí sus dos minutos de protagonismo (la baja calidad de la grabación no hace justicia al bonito sonido del oboe):
Robert Schumann fue un conocido compositor alemán del Romanticismo. Sus obras rebosan fantasía, imaginación y una gran sensibilidad musical. Gracias quizás a la profesión de su padre (editor), disfrutó desde joven de una vasta cultura y dedicó parte de su talento también a la literatura.
Como el de tantos otros compositores en el siglo XIX, el intrumento principal de Schumann era el piano. Schumann deseaba ser una gran virtuoso y desarrollar una carrera como concertista, pero sus dificultades técnicas le obsesionaban. Tanto fue así que ideó un aparato para «fortalecer» su dedo anular (el dedo más débil de la mano, el menos independiente y, por tanto, el más repudiado por los pianistas). Sin embargo, el invento le salió mal y acabó por destrozarle la mano derecha, truncando su carrera de concertista.
A partir de este momento, Shumann decidió dedicarse por entero a la composición y la crítica musical, fundando en 1834 una revista (Neue Leipziger Zeitschrift für Musik) que dirigió hasta el final de su vida. De hecho, fue más conocido en vida como escritor que como compositor e, incluso en esta segunda faceta, su formación literaria quedaba patente: muchas de sus obras están vinculadas a personajes y obras de grandes escritores.
Un poquito de tomate. Schumann fue probablemente uno de los hombres más envidiados de su época, al estar casado con la musa de musas, Clara Wieck Schumann. Niña prodigio, pianista virtuosa y compositora, estrenó la mayoría de las obras de su marido para piano, ayudó a difundir su obra tras la muerte de éste e influyó notablemente en su estilo musical (dicen las malas lenguas, que no todas las obras de Robert son sólo de Robert). La pareja se casó a escondidas ante la oposición del padre de la novia, que se negaba a que el prometedor futuro de su niña (entonces Clara sólo tenía 19 años), se viese comprometido por un pianista manco y depresivo: de hecho, Schumann sufría crisis nerviosas a menudo y mostraba claros síntomas de desequilibrio mental, hasta el punto de acabar sus días en un sanatorio tras un intento de suicidio. Hoy se piensa que padecía transtorno bipolar.
La obra que hoy os presento, es un regalo que me ha traido Iñaki este fin de semana. Con algo de suerte, este verano podremos ensayarla. Quería aprovechar el descubrimiento para compartirlo con vosotros. Los intérpretes del vídeo son Albrecht Mayer (oboe) y Hélène Grimaud (piano), y lo hacen casi tan bien como lo haremos nosotros en unos meses. ;-)
Al hablar de Elgar, comentamos que el nacionalismo musical fue especialmente importante en las naciones emergentes de Europa, aquellas que habían pasado gran parte de su historia dominadas (militar o culturalmente) por otras potencias. Tal era el caso de Finlandia, largamente sometida a Suecia (1249–1809) y, posteriormente, a Rusia hasta que en 1917 declaró su independencia.
Jean Sibelius vivió el periodo de emancipación de su país como un ferviente nacionalista. A pesar de que sus padres hablaban sueco (la lengua dominante del país), él estudio en una escuela de habla finlandesa y el nacionalismo romántico marcó su obra posterior: muchas de sus obras son programáticas, están inspiradas en las leyendas y folklore finlandés, o tratan de describir su paisaje.
Este Vals triste era la primera de las seis piezas que componían Kuolema, una obra de música incidental destinada a acompañar la obra de teatro del mismo nombre, escrita por Arvid Järnefelt, el cuñado de Sibelius. En el drama, el vals suena mientras la madre de Paavali, el protagonista, duerme. La mujer está enferma y en su sueño un grupo de bailarines la invitan a bailar pero ella cae pronto agotada. Sólo al final logra reincorporarse, mientras los bailarines se alejan. Al cabo del sueño, la madre de Paavali muere.
Sibelius revisó el vals en 1904 y lo público como una obra independiente. Desde entonces se ha convertido en una de sus obras más populares, quizás por ese aire tan profundamente melancólico (triste pero conforme), soñador… sin duda evoca la muerte (una muerte plácida, sin histrionismos, como la de una vela que se apaga), pero también los recuerdos felices. Creo que pocas imágenes definen tan bien la esencia de esta música como la escena teatral antes descrita, pero quizás esta animación de Bruno Bozzetto se aproxima bastante. Forma parte de su película Allegro non troppo. Espero que lo disfrutéis.