Medio Nobel para la fotografía digital

No sé si sabréis (o si resulta evidente) que soy una gran aficionada a la fotografía. Gracias al anacrónico programa de la Universidad Complutense, conozco mejor el proceso analógico que el digital,  pero la reciente entrega de los premios Nobel me ha servido de excusa para informarme sobre el mecanismo de las cámaras digitales. Este año, medio Nobel de Física ha ido a parar a manos de Charles Kao por la invención de la fibra óptica y el otro medio a Willard Boyle, George Smith, padres del sensor CCD que permite el funcionamiento de las cámaras digitales… Yo me ceñiré a la mitad que más me interesa.

Qué es el CCD (charge-coupled device): según la Wikipedia, es «un circuito integrado que contiene un número determinado de condensadores enlazados o acoplados». Lo que viene a ser una matriz con un montón de minúsculas células fotoeléctricas o fotodiodos, tantos como píxeles tenga la imagen capturada. ¿Por qué fotoeléctricas? Porque transforman la luz en corriente eléctrica. ¿Cómo lo hacen? Cada una de estas células es un semiconductor, construido por una unión PN. Esto es, se trata de un material que en principio no conduce electricidad pero «está deseando hacerlo», debido a las características químicas de algunos de sus elementos: la parte N del semiconductor quiere librarse de algunos electrones, y a la parte P le hacen falta. Sin embargo, ambas partes, en principio no son conductoras, no pueden soltar libremente sus electrones. Entonces, ¿por qué «quieren» hacerlo? Por envidia. Supongamos que tenemos un semiconductor, como el silicio, cuyo átomo tiene 4 electrones en la última capa. Al silicio le podemos añadir impurezas, en lo que se conoce como proceso de «dopado». Si le añadimos algunos átomos de fósforo, por ejemplo, con 5 electrones en su última capa, éste querrá comportarse como los átomos de silicio que lo rodean y librarse de su último electrón, aunque en principio su carga eléctrica sea neutra. Así logramos la parte N del semiconductor. Con la parte P, haremos justo lo contrario: añadiremos al silicio algún elemento con 3 electrones en la última capa (como el aluminio), lo que producirá un «hueco» del que el átomo querrá librarse en cuanto le animen un poco.

Al unirlas, efectivamente electrones de la parte N empiezan a saltar al otro lado para juntarse con los huecos. Tanto N como P dejan de ser neutras y se crea una fuerza que se opone al paso de más electrones de N a P, hasta llegar al equilibrio. Los fotodiodos se polarizan en inversa (polo negativo en P) para ayudar a esta fuerza que se opone. Sólo cuando reciben la energía de un fotón en la unión, se crea un nuevo par electrón-hueco que viajan cada uno por su lado, creando una pequeña corriente inversa (un flujo de electrones de P a N). La corriente será más o menos intensa en función de la luz que haya recibido el fotodiodo correspondiente. Esta información será procesada por la cámara y almacenada en la tarjeta de memoria.

700px-Bayer_pattern_on_sensor.svgSin embargo, con esto sólo obtendríamos información sobre la intensidad de la luz, ¿qué hay del color? Para diferenciar los diferentes tonos, las células fotoeléctricas están cubiertas con filtros correspondientes a los colores primarios de la luz, en lo que se conoce como mosaico de Bayer. Como veis en la imagen, de cada cuatro células, dos están cubiertas de verde, y las otras dos de azul y rojo respectivamente. La predominancia del verde se debe a que nuestro ojo es más sensible a este color. En cámaras más profesionales se utilizan también prismas dicroicos capaces de descomponer la luz en RGB.

La invención de este mecanismo supuso un paso histórico para la observación del universo. Antes de la popularización de las cámaras digitales, en la década de 1990, el CCD permitió al telescopio espacial Hubble obtener fotografías astronómicas con una sensibilidad 1000 veces mayor que la de las cámaras de película. Como ya dije en su día, para mí, estas imágenes no dejan de ser arte. Os dejo con una de mis preferidas.

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Nebulosa de Orión. Imagen compuesta con datos de Hubble y Spitzer. Tomada en 2007 y retocada por Steve Black.

La Santidad del Arte

Hace tiempo, enlazamos una conferencia de Fernando Savater en la que lanzaba una idea bastante interesante:

La religión, si decimos que es falsa cuando habla de hechos, lo decimos en el sentido de que no se puede aceptar como explicación de ningún hecho una teoría que no puede ser desmentida por ninguna circunstancia real. No hay nada en el mundo que pueda pasar que no pueda ser explicado por la religión. Por eso la religión es falsa, como explicación de los hechos.

Por algún camino incierto, la idea terminó germinando en mi cabeza hasta ir a parar al mundo del arte. Quizás el paralelismo quede forzado o cómico, pero viene a decir algo así: la teoría del arte no puede ser aceptada como explicación de los hechos que acontecen en los museos y galerías de arte contemporáneo, puesto que no hay nada en el mundo real o imaginario, que, convenientemente situado en dichas galerías, no puediese ser explicado como arte. O, dicho de otra manera, ahora que todo (absolutamente todo), puede ser arte, deberíamos sospechar que nos la están metiendo doblada.

La idea me ha venido a la cabeza a partir de uno de los argumentos más utilizados para denostar ciertas obras de arte contemporáneo: «Esto lo pinta hasta mi primo de 5 años»… como si eso fuese un impedimento para el arte, un contrasentido evidente. Lo que el argumentador no sabe es que, de hecho, hay crías de 2 y 4 años o menos, que venden sus obras por cientos de miles de dólares. Quizás el argumentador recurra entonces a seres cuya inteligencia se considera incluso inferior a la de un bebé: «Esto podría hacerlo hasta un mono». Pero es que hay chimpancés que han vendido sus cuadros por más de 20000$. Hay incluso perros cuya obra ha sido exhibida a nivel internacional y se valora en cifras desorbitadas.

Shit Foutain de Jerzy S. KenarSi está claro que el nivel intelectual del artista no es obstáculo para la valoración (y tasación) de su obra, el contenido lo es aún menos. Frases como «eso no es arte, es mierda», carecen de sentido pues ya no presentan ninguna contradicción. La mierda ha llegado a los museos y no sólo en un sentido figurado, como prueba la ya célebre obra de Manzoni o la Shit Fountain de Jerzy S. Kenar que ilustra esta entrada. Incluso «basura» ha perdido su sentido despectivo, desde que en 2001, un empleado de la limpieza de una galería de Londres, incapaz de distinguirlos, desechase, junto con los demás desperdicios, una obra de Damien Hirst, valorada en más de 150000$ y consistente en un montón de botellas vacías, ceniceros sucios, vasos de plástico usados… lo que viene siendo basura, vaya. Lo mejor es que este  tipo de errores debe de ser bastante habitual.

Incluso la falta total de contenido puede ser apadrinada por la teoría del arte. Obras como 4’33» de John Cage, Blanco sobre Blanco de Malévich o incluso piezas plásticas conceptuales que sólo se manifiestan en la imaginación del espectador, pueblan los libros académicos. Hace años solía ir con un amigo a las galerías y nos parábamos a admirar los extintores: fruncido el ceño, mirada inteligente, gruesas gafas de pasta. Al cabo de un rato, claro, otra gente también se paraba… No existe ningún criterio que distinga al arte. De hecho, os reto a pensar en algo, cualquier cosa, que no pueda venderse en una galería como arte. Es totalmente imposible.

Pero si la teoría del arte no sirve para explicar estos  fenómenos, qué justifica su alta valoración. Yo lo diré: ¡la especulación! La «artisticidad» es como la santidad: basta ser bendecido por un comisario (galerista, hombre rico con gustos raros…), para que cualquier objeto pueda multiplicar su precio indefinidamente, y una vez lo ha multiplicado hasta una suma considerable, nada hará pensar a los demás especuladores, que no lo pueda seguir haciendo. El mercado del arte es como gigantesca burbuja inmobiliaria, donde el vendedor define además los criterios de habitabilidad: no tiene por qué tener cocina, baños o techo, basta un bonito marco.

Sin embargo, si cada vez menos gente cree en la religión, (o en las inmobiliarias) criticar el Arte —léase así, con mayúscula y coros celestiales elevando la palabra— está muy mal visto. Nos enseñaron que Van Gogh murió desquiciado y sin vender un cuadro, así que siempre podríamos estar equivocados en todo. No somos dignos del arte del futuro, así que delegamos enteramente nuestro criterio en el sumo sacerdote: el resultado es que hoy, arte sólo es lo que los expertos dicen que es arte.

Las primeras imágenes al microscopio. Micrographia de Robert Hooke

Este año se cumplen 400 años desde que Galileo presentó su telescopio ante el Senado de Venecia. Lo que menos gente sabe es que el mismo principio óptico que sirvió para idear este invento, llevó a sus descubridores a construir los primeros microscopios a finales del siglo XVI. Su autoría, como también la del telescopio, está disputada entre varios inventores de los Países Bajos, (e incluso algún español). No obstante, generalmente se atribuye a Zacharias Janssen que, probablemente ayudado por su padre Hans Janssen, fabricante de lentes, ideó el primer microscopio compuesto en 1595.

Esto significa que el invento de la miscroscopía es casi 250 años anterior al de la fotografía y, por tanto, durante dos siglos y medio, los investigadores no contaron con un medio fiel de transmitir sus descubrimientos que no fuera la palabra escrita o, en determinados casos, sus ilustraciones. Hoy escribo para hablaros del primer libro de la historia ilustrado con imágenes microscópicas. Se titula Micrographia, contiene dibujos realmente impactantes y fue publicado por Robert Hooke en 1665.

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Dibujo de una pulga del libro Micrographia de R.Hooke.

Hooke fue un científico inglés eminente de su tiempo, cuyos intereses abarcaron campos muy dispares, desde la biología a la física planetaria, pasando por la náutica o la arquitectura. Participó en la creación de la Royal Society de Londres, formuló la conocida como Ley de elasticidad de Hooke e incluso se disputa la paternidad de la ley de la gravitación universal, que más tarde desarrollaría Newton.

Gracias a sus observaciones a través de telescopios de su creación, Hooke descubrió la primera estrella binaria e hizo la primera descripción conocida del planeta Urano. Fue además el inventor de un gran número de herramientas científicas: diseñó una bomba de vacío (junto con Boyle), el primer barómetro, higrómetro y anemómetro, así como la junta o articulación universal (utilizada en vehículos de motor), el diafragma iris (como el de las cámaras fotográficas) y el volante con resorte espiral de los relojes.

También se interesó por la microscopia. Robert Hooke fue quien descubrió por primera vez las células, a partir de la observación de una lámina de corcho. Las cavidades poligonales de esta corteza le recordaron a las celdillas de un panal (o de un monasterio, según otras fuentes); de ahí el término que él mismo acuñó: cellula, diminutivo de cella, hueco en latín.

Todo ello aparece publicado por primera vez en su Micrographia, un relato de 57 observaciones microscópicas y 3 telescópicas con detallados dibujos. Fue un regalo la Royal Society al rey de Inglaterra, en busca de su aprobación. Quizás por ello, está escrito en un lenguaje llano, a veces incluso humorístico y recoge observaciones de todo tipo de objetos cotidianos, estudiados de manera no sistemática, y ordenados según un criterio de complejidad creciente, (de los más simples a los más complejos). Gracias a Internet, hoy todos podemos disfrutar de este precioso libro: os recomiendo echarle un vistazo a esta edición on line o visitar este link donde se puede descargar de forma gratuita una edición digital en inglés.

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Detalles de varias ilustraciones de Micrographia: figuras heladas, lámina de corcho y mosca.

el diafragma iris, que regula la apertura de las cámaras fotográficas, y el volante con resorte espiral de los relojes

La fotógrafa de Darwin

477px-Charles_Darwin_by_Julia_Margaret_Cameron_2Este es, probablemente, uno de los mejores retratos que hoy conservamos de Charles Darwin. Frente a la fotografía tomada en 1881 por Herbert Rose Barraud, esta imagen presenta todavía a un Darwin saludable, aparentemente absorto en sus pensamientos, imponente y lúcido.

Tirando del hilo de la curiosidad, me enteré de que este retrato fue tomado en 1868 por una de las mejores fotógrafas del siglo XIX: Julia Margaret Cameron, aunque esta no es probablemente su mejor obra. Cameron relizó una gran cantidad de retratos y fotografías alegóricas que sorprenden por su moderno lenguaje y plantemiento, sobre todo si los comparamos con los de otros fotógrafos del siglo XIX. De hecho, la obra de esta artista fue más reconocida de forma póstuma. En vida, en cambio, muchos reprochaban las imperfecciones técnicas de su trabajo. Fue una de las primeras en considerar la fotografía como un medio de creación artística, más que un mero registro de la realidad (planteamiento que reivindicarían más tarde los fotógrafos pictorialistas). Probablemente por ello, provocaba ciertos desenfoques y anomalías en sus imágenes que les daban ese aire romático característico, pero que le valieron también la dura crítica de sus contemporáneos. Desenfocadas o no, algunas de sus fotografías son sencillamente geniales.

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Detalles de distintas fotos alegóricas de Julia Margaret Cameron.
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Retratos de personajes del siglo XIX: John Herschel, científico inglés, Ellen Terry, actriz y Julia Jackson, sobrina de Cameron.

Gracias a su posición social elevada, Cameron estuvo en contacto con los grandes literatos, artistas y científicos de la sociedad inglesa de su época y realizó retratos de muchos ellos (en su casa habilitó un gallinero como estudio fotográfico). Conoció a Darwin gracias a un amigo común, el poeta Alfred Tennyson. En 1868 el científico encargaría la primera sesión de fotos a Cameron, a la que correponden algunas de sus imágenes más conocidas y entre ellas, la que hoy os presento.

Tirando aún más del hilo, averigüé que Lewis Carroll fue quien instruyó a Cameron en la técnica fotográfica. Sí, el autor de Alicia en el país de las maravillas fue también un pionero de la fotografía. Pero no sería el único literato en la vida de Cameron. Una de sus modelos más recurrentes era su sobrina Julia Jackson. Ella no escribió nada, pero su hija, (activa reivindicadora de la fotografía de su tía Cameron) fue Virginia Woolf, la genial escritora en la que está inspirada la película Las Horas y que yo os recomiendo leer encarecidamente (sobre su novela Orlando).

Un diabólico invento francés

Querer fijar fugaces espejismos, no es sólo una cosa imposible, tal y como ha quedado probado tras una investigación alemana concienzuda, sino que desearlo meramente es ya una blasfemia. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y ninguna máquina humana puede fijar la imagen divina.

(Der Leipziger Stadtanzeiger, periódico alemán del siglo XIX, acerca de un reciente invento francés: la fotografía. Lo cita Walter Benjamin en Pequeña historia de la fotografía)