Debemos el nacimiento del cine a una duda absurda, de las que aparecen de repente a las 3 de la madrugada y permanecen en nuestra cabeza lo que tarda en vaciarse la cerveza. Pero, para variar, esta duda duró lo suficiente para dar sus frutos.
En 1872, dos grupos de aficionados a la hípica de California, discutían si, durante el galope de un caballo, había algún momento en el que sus cuatro patas permaneciesen en el aire, sin tocar el suelo. Para ello, encargaron a Eadweard Muybridge que tratara de captar con su cámara el movimiento de un caballo de carreras. Los primeros experimentos resultaron infructuosos, pero con el tiempo, Muybridge fue perfeccionando su técnica hasta lograr sincronizar varias cámaras con un sistema de disparo lo bastante rápido para captar una imagen nítida del animal. Su primera serie consta de 12 fotografías tomadas en 1878 y conocida más tarde como Caballo en movimiento (Horse in motion).
La duda estaba resuelta: el caballo llegaba a levantar todas sus patas a la vez, y ese mismo año la revista Scientific American publicó seis grabados hechos sobre negativos ampliados de fotografías de Muybridge. La ciencia tenía su trozo del pastel, pero el futuro cine acababa de ver nacer a sus abuelos. El resto de la descendencia os la podéis imaginar: primero pusieron estas imágenes a rodar en zoótropos o fenaquitiscopios, después al propio Muybridge se le ocurrió proyectar esas imágenes dando lugar al zoopraxiscopio. Otros inventores de la época se interesaron por el tema: Edison y Dickson presentaron su quinetoscopio en 1891. Pero no podemos hablar de «cine» hasta 1895, cuando los hermanos Lumière proyectaron públicamente la salida de obreros de una fábrica de Lyon, con su nuevo cinematógrafo.
La capacidad de percibir movimiento a partir de varias imágenes estáticas, también dice mucho sobre nuestro sistema perceptivo. Al principio se pensaba que era un fenómeno puramente óptico, que nuestro ojo era engañado por la «persistencia retiniana». Hoy pensamos que el fenómeno tiene lugar en el cerebro, encargado de interpretar las imágenes que recibe; unas 16 al segundo son suficientes para que veamos un movimiento continuo. Gracias a ello, podemos incluso simular movimiento donde nunca lo hubo, con técnicas de animación como el stop-motion, origen de todas las películas hechas con plastilina y de este magnífico video-clip, el verdadero culpable de que yo haya escrito este ladrillo.