#LDOnda: ¿Qué son los armónicos?

(Esta anotación se publica simultáneamente en Naukas)

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Radio Clásica ha estrenado un programa sobre ciencia y música llamado Longitud de Onda; #LDOnda en Twitter. Se emite todos los días de 13:00 a 14:00. Los viernes pasaré por sus estudios para presentar algún tema relacionado con la física o las matemáticas de la música.

Los armónicos

¿Qué son los armónicos?

Armónico es un término que podemos encontrar tanto en el ámbito de la música (de donde procede el término, de hecho), como en el de la física y las matemáticas. Se encuentra, en último término, tras las bases de la armonía occidental y de nuestra percepción del tono. Por eso, merece la pena prestarle un poco más de atención. Pero para ello debemos explicar cómo se produce un sonido.

Un sonido se produce cuando un objeto vibra y empuja el aire que lo rodea. Este empujón se traduce en una variación de la presión, una onda que viaja por el aire hasta que llega a tu oído y, ¡tachán!, escuchas un sonido. Las características de este sonido dependerán en gran medida del objeto que lo produce: de su masa, su forma, su tamaño, el material del que está hecho, etcétera. El tono del sonido, cómo de agudo o grave resulta, está relacionado con la frecuencia de la vibración (cómo de rápido «tiembla» el objeto). El volumen nos indica la amplitud de la misma. Lo que llamamos timbre, por su parte, engloba una gran cantidad de variables distintas (desde cómo es el arranque inicial de un sonido a su descomposición en armónicos) y, de manera breve, podríamos decir que es todo que no es volumen ni tono.

Existen muchos sonidos diferentes, producidos por objetos diferentes. Pero a nosotros nos interesan unos muy determinados: aquellos  producidos por objetos unidimensionales y homogéneos. Esta es precisamente la forma que tiene la mayoría de los instrumentos melódicos de una orquesta: los violines, violas, arpas, etcétera, tienen cuerdas. Los instrumentos de viento (flautas, clarinetes, oboes…), por su parte, son esencialmente columnas de aire. Columnas y cuerdas: objetos aproximadamente unidimensionales.

No es casualidad. Son precisamente estos objetos los capaces de producir tonos bien definidos o, equivalentemente, sonidos cuyo espectro en frecuencia está compuesto por la serie armónica. Cuando pulsamos una cuerda tensada, como la de un piano, la nota que reconocemos corresponde a su frecuencia natural o fundamental: la frecuencia de la cuerda vibrando en toda su longitud. Pero la cuerda no es una comba; se mueve de manera más compleja. Este movimiento más complejo se puede explicar como la superposición de muchos otros, de frecuencia única, conocidos como modos normales. En el caso de un objeto unidimensional sujeto por sus extremos (léase cuerda), son modos en los que la cuerda vibra por mitades, por tercios, por cuartos… Su frecuencia, inversamente proporcional a la longitud de cuerda que vibra, será doble, triple, cuádruple… de la frecuencia fundamental (la frecuencia de la nota que reconocemos). Los armónicos son, por tanto, una serie de sonidos con una relación muy particular: sus frecuencias son múltiplo de una misma frecuencia fundamental. Por otra parte, supongo que también habréis adivinado por qué, en matemáticas, la serie armónica (1, 1/2, 1/3, 1/4…) recibe este nombre: son las longitudes de una cuerda que producen sus armónicos.

Nuestra capacidad de reconocer el tono de un sonido está muy relacionado, precisamente, con los armónicos. Pero, además, esta serie tiene grandes implicaciones en el lenguaje musical: desde la formación de escalas a lo que en música occidental se conoce como «consonancia» y que da sentido a un concepto de armonía omnipresente a través de los estilos. Desde el rock al jazz y a Johann Sebastian Bach: la explicación de la música que escuchamos cada día se encuentra, en último término, en la física.

En el último capítulo de Longitud de Onda, hablamos de la física de los armónicos, de su importancia en piezas como Deo Gratias de Johannes Ockeghem o el Concierto para violín de Sibelius, ¡hacemos incluso una demostración en directo con el piano de cola del estudio 206! Espero que lo disfrutéis.

#LDOnda: ¿Por qué gusta la canción del verano?

(Esta anotación se publica simultáneamente en Naukas)

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Radio Clásica ha estrenado un programa sobre ciencia y música llamado Longitud de Onda; #LDOnda en Twitter. Se emite todos los días de 13:00 a 14:00. Los viernes pasaré por sus estudios para presentar algún tema relacionado con la física o las matemáticas de la música.

Los armónicos

¿Qué es la música?

¿Qué es la música? Parece que uno empieza preguntándose cosas como esta y acaba negando la existencia del método científico ¡o del yo! (del tú, en tu caso, lector). Pero aguántame la mirada profunda un rato: ¿qué es la música?, ¿cómo distinguimos cualquier otro tipo de «cosa sonora», como el lenguaje o el ruido; de ese fenómeno también sonoro y tan universal llamado «música»? La pregunta enciende a los eruditos cuando les hablan del bacalao y a los menos eruditos cuando les presentan a Ligeti. Pero, si bien la definición puede no ser fácilmente verbalizable, casi todos intuimos la respuesta: ¿qué es música? Lo sabemos cuando la oímos. O, al menos… cuando lo oímos por segundda vez.

La repetición podría ser, de hecho, un elemento clave al determinar qué es lo que percibimos como música. Existen bastantes motivos para creerlo. Para empezar, se trata de un rasgo presente en músicas de distintas culturas a lo largo de todo el planeta. Como la propia música, la repetición es uno de los pocos rasgos musicales que podrían considerarse universales. Si nos centramos, por ejemplo, en la música occidental, encontramos repetición a todos los niveles: desde el ritmo (una repetición de duraciones sonoras), a los motivos melódicos, cadencias armónicas o elementos estructurales, como podría ser el estribillo dentro de una canción o la reexposición de una sinfonía.

Speech to song illusion.

La repetición está tan vinculada a la musicalidad que, incluso, puede conseguir que percibamos como musicales materiales sonoros procedentes de un contexto no musical: desde «ruidos» convertidos en espectáculo de percusión a fragmentos de habla. La profesora Diana Deutsch, de la Universidad de California, descubrió un ejemplo especialmente demostrativo de la conocida como «speech-to-song illusion». En él, se escucha su propia voz pronunciando una frase hablada «the sounds as they appear to you…». Posteriormente, se repite en bucle el final de esta frase. Lo que Diana demostró es que, cuando la gente escuchaba una sola vez esta frase, la interpretaba (y reproducía) como habla. Mientras que bastaban unas pocas repeticiones del bucle ¡para que la respuesta fuese cantada!

La repetición está muy presente en la forma de la música. Pero nuestros propios hábitos a la hora de escucharla revelan un patrón sorprendente: según la estimación del musicólogo David Huron (Universidad de Ohio), nos pasamos más del 90% del tiempo escuchando temas que ya habíamos oído previamente. Y no se trata solo de que volvamos a poner los temas que más nos gustan. Es que el mero hecho de volver a escucharlos ¡hace que nos gusten todavía más!

Una de las posibles explicaciones es el conocido como «efecto de mera exposición», que afecta a la percepción de todo tipo de estímulos (desde sabores a caras humanas). Pero en música intervienen más factores, como las expectativas basadas en la propia música o el modo en que vamos abarcando cada vez más información con cada nueva escucha. Si quieres conocer los detalles, no te pierdas el último capítulo de Longitud de Onda.

La belleza clásica que nunca fue

Durante mi último viaje a Filipinas, uno de los aspectos que más me llamaron la atención fue el gusto generalizado por los tonos chillones. Allá donde miraba, la paleta de color variaba del rosa chicle al verde limón, sin un solo rincón donde descansar los ojos. Esto resultaba especialmente desconcertantes en la arquitectura: desde iglesias a ayuntamientos, colegios o viviendas particulres, todo en Cebú parecía estar cubierto del mismo filtro fosforito. Añádasele un poco bastante suciedad y ruido, mucho ruido y digamos que el resultado era cualquier cosa… menos «bonito».

El caso es que revisando hoy algunas de las fotos del viaje, me encontré con esta llamativa (a gritos, de hecho) imagen de una iglesia de Minglanilla. Por si alguno duda del contexto, aclararé que se trata de una figura de culto de verdad. De dos metros de altura. En la fachada de una iglesia, rosa —o, más bien, ¡ROSAAA!. La figura me recordó, en primer lugar, al imprescindible Cristoboli. En segundo lugar, a otra escultura, esta vez europea, aunque quizás no tan conocida en su versión original:

Y es que, a pesar del imaginario popular, las esculturas clásicas no eran blancas. Estaban policromadas y de manera bastante chillona, a juzgar por las últimas reconstrucciones.

Continúa leyendo mi última aportación al Cuaderno de Cultura Científica.

Augustus of Prima Porta y reconstrucción a color por Paolo Liverani, Universidad de Florencia.
Augustus of Prima Porta y reconstrucción a color por Paolo Liverani, Universidad de Florencia.

Debate sobre transgénicos convocado por Ahora Madrid

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El viernes asistí al debate convocado por Ahora Madrid en Casino de la Reina sobre su propuesta para declarar Madrid zona libre de transgénicos. Debo reconocer que llevé conmigo bastantes dudas sobre mi propia pertinencia: a fin de cuentas, ni soy biotecnóloga ni creo haberme informado lo suficiente sobre un tema tan especializado. Sé lo que es un gen, eso sí, que ya es más de lo que se le puede pedir a la mayoría de los españoles. Pero, precisamente por eso, pongo en duda que un tema de semejante calado sea una cuestión de «opinión», susceptible de debatirse en una asamblea abierta.

La función de las ponencias que abrieron la convocatoria era cubrir precisamente ese hueco de desinformación. Costaba entender, por tanto, la poca formación específica en el tema de algunos de los ponentes, entre los que se encontraba un solo investigador y una licenciada en biotecnología. Para mi sorpresa, no obstante, las tres primeras presentaciones resultaron bastante elaboradas. Pablo Salustegui (no he conseguido averiguar su formación) se centró en algunos de los problemas socio-económicos derivados de las patentes que protegen muchos de estos productos biotecnológicos. Gabriela Vázquez, licenciada en biotecnología y portavoz de Ecologistas en Acción, puso en relieve la dificultad de garantizar la independencia de los organismos científicos encargados de evaluar la seguridad de estos productos (como la EFSA). La ponencia más constructiva, no obstante, fue la presentada por David Foronda, investigador biotecnólogo y representante del Círculo Podemos Ciencia. David lamentó que no se hubiese consultado a este círculo antes de elaborar la propuesta, pero, sobre todo, adoptó una postura conciliadora haciendo lo que resulta tan deseable en estos casos: separar el grano de la paja y abordar los problemas de manera independiente. De hecho, las dos primeras ponencias centraban su hilo argumental a favor de la propuesta de Ahora Madrid en problemas «derivados» de los transgénicos, como son su explotación comercial o la independencia de los organismos que los evalúan, pero no en propiedades inherentes a los OMG en sí. Es, por tanto, posible dirigir propuestas hacia la solución de estos problemas específicos sin oponerse de manera total a una tecnología que, como tal, puede utilizarse para mejorar las vidas de muchos seres humanos.

En este punto, las posturas parecían, al menos, remotamente conciliables si bien, como asistente no especialista en el tema, me quedé con la impresión de que los tres ponentes habían ofrecido información contradictoria entre sí. Esto resulta inevitable cuando se expone un tema tan complejo al público. A fin de cuentas, un ciudadano, en base a datos e información objetivable, puede decidir cuáles son sus prioridades o qué nivel de riesgo está dipuesto a asumir en cuestiones que afectan a su economía o su seguridad, por ejemplo. Pero no puede decidir (simplemente porque no tiene la formación suficiente) cuáles son esos «datos e información objetivable». Para llegar a ese punto, el punto de la «opinión», es necesario que un grupo de expertos en el tema consensúe la información que se va a ofrecer y sobre la que se va a trabajar: el mínimo común objetivable. Desde mi asiento no percibí que se hubiese logrado algo así, más bien todo lo contrario. Y eso, ciñéndome a las primeras ponencias que, insisto, fueron las más razonables. Las dos últimas y, muy especialmente, la de Yago Rosa (supuestamente «pro-transgénicos», pero que funcionó como un lamentable caballo de Troya gritando datos inconexos al azar extraídos de su libreta o de su móvil) fueron un galimatías y no aportaron nada más que ruido y tensión entre dos bandos que venían predispuestos al enfrentamiento.

Esta predisposición quedó clara durante el turno del público. Si bien las primeras respuestas fueron constructivas y cargadas de sentido común, muy pronto se dejó ver la irritación que la propuesta de Ahora Madrid había causado en gran parte del público. La cosa no llegó a las manos y en general transcurrió con bastante educación (pese al triste nivel argumental de algunas de las respuestas). Pero, razonablemente sorprendido, un representante de Ahora Madrid resaltó la gran agresividad que había suscitado este tema a través de las redes sociales.

Razonablemente sorprendido, sí. O, al menos, a mí también me sorprende, tratándose de un tema que requiere tanta especialización (tanto en biotecología como en legislación internacional, por ejemplo). Y me sorprendió todavía más encontrar una sala llena de escépticos en un entorno donde me esperaba otro tipo de mayoría. Lo cual me hace pensar que la visceralidad en torno a este tema no la despiertan los genes de los tomates, sino la poca visibilidad de una izquierda racionalista que existe pero que se siente injustamente desplazada por esa caricatura de herbolario, paradójicamente urbanita, que se ha impuesto en el imaginario colectivo. La misma que propone librar a Madrid de transgénicos, en nombre del «sentir ciudadano» (según Liliane Spendeler, una de las ponentes) sin consultar siquiera con un Círculo de ciencia que le debería ser afín.

No: no toda la izquierda se «siente» de la misma manera, ni opina lo mismo sobre determinados temas. Existe, sigue existiendo, una izquierda profundamente progresista que confía en la cultura (versus la natura), en la razón y en la capacidad de la humanidad para mejorar su propia calidad de vida por medio de la ciencia y la tecnología. Al menos yo quiero seguir llamándolo izquierda, yo quiero seguir diciendo «progreso».

Sin embargo, cuando en los días previos al debate, hablé con algunos miembros de esta izquierda, muchos de ellos se mostraron reticentes a asistir al debate: bien porque no encontrasen que este sea un tema debatible en una asamblea (posición que comparto), bien porque creían que asistirían a un debate ya perdido, muchos prefirieron no ir a Casino de la Reina. Tras mi experiencia el viernes debo animar a esta izquierda a volver a participar y hacerse visible. Precisamente porque creo que estamos ante una página en blanco que nos da la oportunidad de cambiar muchas cosas y prejuicios a este lado del espectro político. Levanten la patita, tímidos rojos racionalistas y descreídos, ¡que la cosa no está tan perdida!