(Este es un post que llega con días de retraso a tratar un tema bastante polémico. El propósito no es otro que el de aportar otro punto de vista y llevarle la contraria —o no— a otros que ya han escrito antes que yo)
Hace unos días, cundía la indignación en las redes sociales ante el descubrimiento de que unos grandes almacenes españoles llevaban años vendiendo un libro que afirma que la homosexualidad es una enfermedad y puede tratarse. Hace aunos días menos unas horas, los grandes almacenes decicían retirar de sus estanterías el libro causante de la polémica. La indignación cundía entonces en las redes sociales, alertadas por la «censura» ejercida desde las redes sociales.
Y yo no termino de entender bien por qué se concede semejante entidad a una decisión comercial puntual, de unos grandes almacenes en concreto. Me parece más que exagerado, una falsedad, hablar en este caso de censura. En España, para bien y para mal, sigue siendo perfectamente legal pensar y decir todo tipo de barbaridades. Incluso vomitarlas en voz alta. De hecho, ahí sigue colgada la web de Hazte Oír. Otra cosa muy diferente es que a una marca en concreto le salga rentable darles eco o verse asociada a ellas.
El Corte Inglés sabe bien que hay muchas cosas capaces de perjudicar su imagen de marca. Sabe que el uniforme de sus empleados debe lucir impoluto. Sabe que la falda de las dependientas debe cubrir pudorosamente sus rodillas, que el azul marino es un clásico y que conviene tratar a los clientes de usted. Conoce la importancia de la tipografía, del olor y la limpieza de sus instalaciones, del diseño de sus anuncios.
Todos ellos parecen criterios válidos para que un potencial cliente elija frecuentar cierto establecimiento. Pero, por algún motivo, los productos a la venta en el establecimiento no deberían serlo. Hay quien se alarma por la llamada al boicot. Lo suyo es huir de una marca que se publicita en Comic Sans o sube los precios del tomate en enero: preocuparse porque da visibilidad a panfletos homófobos es cosa de inquisidores.
Por suerte, los grandes almacenes se han dado cuenta de que la venta de porquería también puede perjudicar su imagen de marca. De hecho, existe una gran colección de productos que no se pueden ver en sus estanterías. Un cliente de bien, acostumbrado a las faldas azules y el trato de usted, no quiere ir con los niños a descubrir que ya es primavera y darse de bruces con «Las Guarras de las Galaxias» en DVD. Ni con la venta de bragas de segunda mano. Ni con camisetas de Soziedad Alkohólika. Ni, ya era hora, con textos homófobos.
Pero esto no significa que el contenido de ese libro esté censurado en este país o que nadie haya querido quemarlo. Cualquier librería lo suficientemente minoritaria, con un «target» lo bastante definido ideológicamente como para no temer un boicot de rojos y maricones, podrá permitirse venderlo. Y supongo que con gran éxito económico después de lo sucedido. Es más: en un mundo bien guionizado, La Gaceta empezaría a repartirlo dentro de unos pocos domingos. La novedad aquí es que el emisor del mensaje ha cambiado: ese texto ya no puede venderse en un establecimiento dirigido a mayorías, respaldado por una marca pretendidamente «neutra» y políticamente correcta, como si fuese «un libro normal». Y, fuera de los comercios convencionales, perderá la visibilidad necesaria para difundir su mensaje más allá de aquellos que ya lo recitan en su credo. La novedad aquí es que la homofobia ya no es apta para mayorías.
Lo fascinante es que el departamente de marketing de El Corte Inglés haya tenido que esperar a que alguien les sacase los colores para tomar estas medidas. Supongo que esperarían que nadie se diese cuenta. Que los ingresos de la porquería siguiesen llegando sin hacer demasiado ruido. Total: ¿quién iba a fijarse? La culpa es de Twitter, que publica lo que le da la gana.
El único poder que nos queda, ahora que ya nadie cree en la democracia, es el que tenemos como consumidores: como dinero repartido en pequeños montoncitos. Quizás es el momento de empezar a usarlo responsablemente. Quizás las redes sociales sirvan para organizarse también en esto.