La entrevista perfecta

Como bien sabe quien sabe quien se encuentra buscando empleo (aproximadamente, el 26% de los trabajadores españoles, según los últimos datos), existen pocas situaciones sociales más incómodas que una entrevista de trabajo. Se supone que uno llega allí para conseguir un empleo, dispuesto a discutir cuestiones estrictamente laborales, referidas a su rendimiento o competencia profesional. ¡Pero no! Es todo mentira. La situación se parece mucho más a una cita a ciegas no deseada o una primera sesión de psicoanalista —con el agravante de que, de las manos del interlocutor, pende gran parte de la propia autoestima y el pan para mañana—.

El entrevistador pretenderá querer conocerte a ti, como persona, y en un intervalo de 20 minutos que se nos hace tarde. Para ello, lanzará una serie de típicas preguntas altamente personales, que se espera que contestes ante un perfecto desconocido con impoluta seguridad y sinceridad. ¡JA! Mentira, ¡es todo mentira! No se te ocurra nunca ser sincero y espontáneo: es como ir a un concurso de guapos sin Photoshop. Ten por seguro que alguno de los otros 956 candidatos de la oferta de Infojobs habrá leído lo suficiente en Internet como para dar con la trola concreta que busca este entrevistador…

Tu única posibilidad es mentir, maldito, mentir cual Pinocho en erección. Llevar tu propia respuesta perfecta, guionizada y ensayada. En este post encontrarás una serie de propuestas para las tres preguntas más típicas e impertinentes, ¡y sin necesidad de tediosas búsquedas en Google!

—¿Cuál es tu mayor defecto según quien mejor te conoce?

Se incluyen un par de ejemplos de respuesta sinceras pero incorrectas, para que el lector pueda apreciar la diferencia:

—Perdone señora: NO LA CONOZCO.

—¡Protesto Señoría! ¡Me acojo a la 5ª enmienda!

Error. Es evidente que un candidato nunca, NUNCA, debe decir lo que se le pasa por la cabeza. Esta es, como tantas otras, una típica pregunta trampa. El truco consiste en no revelar ningún defecto y, aún así, mostrarse ligeramente aflijido. Por ejemplo:

—Algunos dicen que soy demasiado perfeccionista… pero yo opino que nunca se es lo bastante perfeccionista.

El comodín del perfeccionismo puede sonar algo manido ya (tanto como la propia pregunta). Pero el giro final puede revelar ese genuino TOC ¡que todo empleador está buscando! Otra vertiente válida en esta misma línea podría ser:

—Soy demasiado bueno en lo que hago. Y esto, a veces, intimida a la gente con la que trabajo.

El workaholismo es otro transtorno digno de emular. Si tu apuesta va en esta línea y no te preocupa ser explotado en un futuro cercano, no dudes en contestar:

—A veces me obsesiono tanto con una tarea que cuando llega el final de mi jornada no me entero y me quedo trabajando hasta las tantas… ¡un auténtico vicio!

—Mi pareja dice que siente celos de mi trabajo. A veces me manda al sofá, de noche: cuando me pilla rellenando informes oculto bajo el edredón, a las tantas de la madrugada.

O la ignorancia total de los derechos laborales (ojo, la primera puede no ser muy adecuada si se opta a un puesto de contable).

—Soy muy despistado para las cuestiones económicas y movimientos bancarios; así que, si algún mes no cobro, ¡normalmente ni me entero!

—He tenido algún problema ocasional por no cogerme vacaciones o negarme a hacer huelga. Descansar es para débiles; y quejarse, cosa de rojos.

—¿Por qué perdió su último empleo?

Aquí la clave consiste en mantenerse positivo y evitar cualquier tipo de exabrupto. Si consigues explicar ese drama vital cotidiano sin abandonar los mundos de Yupi, no sólo serás apto para el puesto de trabajo: ¡podrías presidir el país! He aquí algunas respuestas posibles:

—La maravillosa reforma laboral del último año ha permitido que muchos españoles podamos salir en búsqueda de nuevas oportunidades.

—Comprendí que la sobrina de mi jefe tenía un don innato para realizar mi trabajo. Así que, por el bien de la empresa, decidí partir.

—El trabajo me hacía tan feliz… que de repente, sentí miedo a acostumbrarme.

—El universo y la flexibilización laboral han querido que nos conozcamos usted y yo, hoy, aquí…

—¿Cuáles son sus espectativas salariales?, ¿cuánto esperaría cobrar por este trabajo?

Es muy importante que recuerdes que tú estás ahí por un trabajo. Lo de cobrar es secundario. Mejor dicho: un daño colateral. Si buscasen gente dispuesta a percibir un salario digno, no habría tantos becarios contratados (y sin contrato). He aquí la respuesta que debes dar:

—Menos que los otros candidatos.

—Menos.

—¿Dinero?, ¿qué dinero? ¡Ah, pero que encima pagan algo! Qué dichoso me siento…

Donantes de cuerpos

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Casi todos los debates del aborto versan sobre esa eterna cuestión, tan teórica y enrevesada, de si el feto es o no una persona. Pero es un debate inútil, opino yo, porque depende enteramente de cómo defina cada cual «persona». «Persona» no es más que una etiqueta lingüística, una categoría arbitraria que se define atendiendo únicamente a su operatividad (cómo de «útil» resulta para explicar los contextos en los que se usa). Y, por ello, cada cual utilizará la definición de «persona» que más se adecue a su discurso, el concepto que mejor encaje en su propio contexto ideológico.

Sin embargo, lo grave del aborto no son los derechos del no nacido: si los tiene, los merece o los deja de tener. La cuestión es si estos derechos tienen prevalencia absoluta sobre el derecho de cualquier persona a tomar las decisiones que afectan a su salud. Por eso, en este post, voy a negar la mayor: supongamos que el feto es una persona. ¿Y qué cambia eso?

Imaginemos, por ejemplo, que una persona está en peligro de muerte. Digamos que es un adulto, con apego por la vida, con empatía, con dolor, con seres queridos y narrativa vital: con todo lo que caracteriza a un ser humano. Nadie puede ser obligado a donarle ni una gota de su sangre si no quiere. Un gesto tan gratuito, tan sencillo e indoloro como sentarse y recibir un pinchazo, es (y debe ser) perfectamente voluntario. Porque si no, el cuerpo, la vida y la salud del donante quedarían supeditados a los de otra persona. Estaría siendo «usado para» otro…

Y con el embarazo, pasa lo mismo. Solo que no es un poco de sangre lo que se pide: el feto exige de la madre 9 meses de su vida, exige que deforme su cuerpo, sus pechos, sus caderas, exige las estrías de su piel y sus náuseas matutinas. Exige un parto. Exige su cuerpo. Y eso es algo que nadie debería ser obligado a donar. Incluso si ha cometido, en el peor de los casos, la maldad (por su culpa, por su gran culpa) de follar una noche sin condón.

Sinceramente, creo que el debate sería muy diferente si los fetos llegasen al mundo en probetas en lugar de en úteros y unas cuantas rojas quisiésemos destruirlos desde el otro lado del cristal. O si existiese la tecnología médica capaz de extraer un embrión o un feto en cualquier estadio de desarrollo sin dañarlo para poder ser adoptado más tarde por una buena cristiana. No creo que ninguna de las mujeres que a día de hoy quieren interrumpir su embarazo ordenasen la destrucción del feto en estas condiciones. Pero la cuestión no es la vida del ser que ocupa el útero de quien no lo desea. La cuestión es que nadie puede ser privado de la absoluta potestad sobre su cuerpo: ni siquiera para salvar la vida de otra «persona».

Inventores de máquinas de hacer sonidos

Hace poco ha salido a la luz la contrucción de un «viola-órgano» basado en los apuntes de Leonardo da Vinci hace 500 años. Pero la idea del genial inventor no venía de tan lejos: se inspiró en un instrumento procedente del norte de España que ya figuraba entre los relieves de la catedral de Santiago.

Si quieres saber más, puedes leer mi artículo de hoy para la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU: Los inventores de máquinas de hacer sonidos.

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#Naukas13, ¡ya no queda nada!

Faltan ya pocos días para el evento de divulgación científica del año. Hablamos, cómo no, de Naukas Bilbao 2013 (se utiliza #Naukas13 como hashtag en Twitter), que se celebrará en el Paraninfo de la UPV/EHU durante los días 27 y 28 de septiembre, y los dos Enchufa2 estaremos allí con sendas charlas, para no perder las buenas costumbres.

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Como novedad y como complemento al evento celebrado en Bilbao, Naukas también participa en el evento Quantum que se celebrará los días 1, 2 y 3 de octubre en el Teatro Victoria Eugenia de Donostia. Podéis encontrar más información y los programas completos en la web de Naukas.

No participar en la locura

Leí hace ya tiempo en (ese periódico que se ha quedado con el nombre de lo que antes era) El País que los cerrajeros de Pamplona habían acordado no participar en más desahucios. Los motivos… tener empatía, supongo. Pero además, parece que su intervención en estos turbios asuntos ha tenido que aumentar demasiado en los últimos tiempos: de un desahucio al mes, a tres semanales. Y eso que Pamplona no es, precisamente, una de las regiones de España más afectadas por la crisis.

Entre tanta mierda cotidiana, el gesto sorprende. Porque… evidentemente, la responsabilidad de un desahucio no es del cerrajero. Él, como buen artesano, apenas cumple con su trabajo. Ni tampoco de los policías que acuden al domicilio, simples funcionarios. Ni del juez, que sólo aplica las leyes. Ni del currito del banco, que firma el formulario de turno. Ni siquiera del político que obedece la disciplina de voto de su partido. Al final, la responsabilidad no es de nadie, sino del monstruo: de esa «cosa»  que somos todos y que es peor que nadie. Y por eso sorprende cuando algún valiente intenta arrancarle las escamas, de una en una.

Tuve un profesor de filosofía al que le gustaba repetir que si mañana todas las señoras y señores de Madrid saliesen a la M30 a hacer un picnic, la M30 dejaría de ser una autopista. Bastaría con que todos ellos olvidasen para qué sirve el asfalto. Y si mañana, todos nosotros olvidásemos para qué sirve la «deuda», los «intereses», «avales», etcétera, nos parecería una puta locura que unos señores con demasiadas casas que no pueden vender le quitasen la suya a otro señor que no tiene otro lugar en el que vivir. Nos parecería una puta locura que la gente siguiese votando cada cuatro años a los mismos representantes que considera corruptos, tramposos y nocivos en general. Nos parecería una puta locura que la riqueza se redistribuya para ir concentrándose en cada vez menos manos, de los que más tienen.

A veces me pregunto cuántas veces está en nuestras manos negarnos a participar en la locura. Analizar las consecuencias de cada acto, de cada elección y procurar que el motivo último no sea la inercia, la responsabilidad diluida, el «no es cosa mía» o «el mundo funciona así». El mundo, el «sistema», es eso que somos todos… por eso no entiendo muy bien por qué, últimamente, parece peor que nadie.